Memorias de un EPA jinotegano


1980, año de una de las gestas más gloriosas en América Latina inició el 24 de marzo la gran Cruzada Nacional de Alfabetización, la insurrección cultural más hermosa del continente americano, y concluyó el 23 de agosto del mismo año.

Santiago, Chile. Por Gadiel Francisco Arce Mairena (*), Consejo de Comunicación y Ciudadanía.

Aún se respiraba el triunfo revolucionario del 19 de Julio de 1979, que todavía no llegaba a su primer aniversario. Nadie quería recordar la vieja Nicaragua llena de miseria creciente, una tasa de analfabetismo del 58%, un índice de mortalidad promedio de 130 por cada mil nacidos, y en el campo llegaba a 200 por mil nacidos. Sin luz, sin agua. El país donde dos mil propietarios somocistas eran dueños del 50% de la tierra, mientras 120 mil campesinos eran dueños del 3%; donde ser joven era un delito y el blanco principal de muerte de la cruel dictadura.

El 23 de marzo de 1980, en la Plaza de la Revolución en Managua, 60 mil jóvenes se reunían con sus familiares para emprender una de las misiones más bellas y espectaculares de nuestra historia, la Cruzada Nacional de Alfabetización. Hacen el juramento y se desplazan a los lejanos lugares de todo el país a alfabetizar e inician a escribir una de las páginas más benditas y gloriosas en sus propias vidas. Una mezcla de llantos y sonrisas inicia la marcha hacia los nuevos hogares, combinación de ciudad, campo y revolución.

Junto al Ejército Popular de Alfabetización (EPA), las Milicias de Alfabetización Campesina (MAC) y las Brigadas Rojinegras de ANDEN, sumando a las Brigadas de Salud, Culturales y de Rescate Histórico se contabilizaban 95,582 combatientes de la alfabetización.

Además, se contó con la participación de brigadas internacionalistas como la “Brigada Augusto Cesar Sandino”, que integró a 2200 maestros y maestras cubanas. La “Brigada Internacional Oliverio Castañeda de León” de la Unión Internacional de Estudiantes (UIE), formada por estudiantes de todas las partes del mundo; cincuenta maestros costarricenses y sesenta maestros españoles, entre otros.

La orden de Carlos Fonseca

Los resultados de la alfabetización fueron 406,056 mil alfabetizados y la tasa de analfabetismo reducida del 50.35% al 12.96%. entre el 23 de marzo y el 23 de agosto de 1980. Resultado que mereció para Nicaragua el premio Internacional Nadezhda K. Krupskaya de la UNESCO. Los caídos en esta jornada fueron 56 jóvenes, 41 por accidentes, 8 por muerte natural y 7 asesinatos.

A un mes de terminada esta tarea, el 30 de septiembre de 1980 iniciaba la alfabetización en lenguas de 60 mil nicaragüenses de la olvidada Costa Caribe de Nicaragua.

En Jinotega, la “ciudad de las brumas”, por todos los rincones había celebraciones, música llena de heroísmo recordando a los mártires. Casi a diario en el cementerio de la había actos en homenaje a los caídos. Recuerdo los encendidos discursos del “Chapín Daniel”, poeta jinotegano.

Radio Sandino era muy popular en esos días, ya que fue el faro, la luz que acompañó la clandestinidad y la heroica insurrección con los trinos de victoria que levantaba la moral de los combatientes sandinistas. La voz combativa “¡Aquí Radio Sandino! Voz oficial del Frente Sandinista de Liberación Nacional” de la compañera Rosario Murillo que anunciaba la victoria de la Nueva Nicaragua.

Las canciones revolucionarias sonaban por todos lados. Recuerdo las de Silvio Rodríguez “Ojalá”, “La Maza”, “El Elegido”, los cantos de Violeta Parra, Quilapayún, Intillimani y los grandes cantautores de la Patria Grande.

La emoción privilegiada del momento era la alegría contagiosa que inundaba toda nuestra geografía y del mundo, se iniciaba una nueva etapa- la construcción de la nueva sociedad- del hombre y la mujer nueva, con un ADN nuevo, el nuevo código sandinista, el “Código de Sandino”.

La herencia del General de luz y verdad iniciaba a dar frutos en una nueva generación de oro de miles de jóvenes en Nicaragua y millones en el mundo. La palabra hermano se escuchaba en el nuevo “neurolenguaje” popular, y se empezaba a vivir en una gran comunidad basada en el respeto y la igualdad. emulando el ejemplo de Sandino que era querido y amado y al dirigirse a los demás les decía “Hermanos”.

La poesía rompió las cadenas y desató el inconsciente inspirador “ruben-dariano” donde los artesanos de la palabra iluminaban con verdaderas obras de artes, inspirados en la gesta revolucionaria.

La tarea era alfabetizar, cumplir la orden de Carlos Fonseca “Y también enséñeles a leer”. Esa era la consigna casa por casa, en la radio, televisión en todos los actos que en esa época eran casi diario.

En las radios sonaba la canción Josefana, con un ritmo afro- caribeño, que describía a una muchacha que había sido enviada alfabetizar cerca de Waspán, ubicada en el caribe norte de nuestro país- era una canción contagiosa que retrataba a la juventud del momento.

La resurrección de Germán Pomares

Casi todos los jóvenes coreábamos con entusiasmo y pasión el himno de la Cruzada: “Avancemos brigadistas, guerrillero de la alfabetización, tu machete es la cartilla para aniquilar de un tajo la ignorancia y el error”.

Mi madre me preparó una pequeña mochila color azul, desgastada por el tiempo. La llevaba llena de nostalgia, lágrimas, miedos, valentía y una infinita fe inquebrantable en Dios, pero además llevaba caramelos, queso, pan, pinol, avena, azúcar y libros que me habían regalado: la Biblia –que me había dado mi Madre– “Camilo, el Señor de la Vanguardia”, que me había regalado el compañero Horacio Trejos, del zonal de la Juventud Sandinistam y el “Diario del Che en Bolivia”, que me lo había regalado Ariel Vindell, vecino compañero de clase, con quien anduvimos después en el heroico batallón 60-11 de mil batallas sagradas defendiendo nuestra Patria, y el libro “Cien años de soledad”, que lo había prestado en la biblioteca del Instituto Nacional Benjamín Zeledón de Jinotega donde me bachilleré y que nunca regresé.

La noche anterior a la partida no dormí pensando que dejaba mi dulce hogar completo, con mis padres y hermanos, la tranquilidad de mi familia, los especiales cuidos de mi madre, la protección de mi padre y el placer de tener a todos mis hermanos juntos: Jairo, Berta Rosa, Hellyn, Delvis, e Ithamara. El calor de mi familia ya lo empezaba a extrañar.

Sin embargo, era un sentimiento ambivalente, porque, por otro lado sentía la inmensa alegría de una nueva experiencia cristiana, revolucionaria y sagrada, y recordaba el pasaje de la Biblia “no solo de pan vivirá el hombre”, ir a compartir con campesinos el pan de la enseñanza y aprender sus experiencias de vida.

Muy de mañana me presenté al Instituto Benjamín Zeledón ya listo; fui uno de los primeros en llegar. Iba ya uniformado con un pantalón jeans color azul y la cotona gris –que aún conservo– con 2 mochilas (una pequeña color azul, donde llevaba el morralito que me había alistado mi madre, y una roja que dieron a los alfabetizadores) un carnet color amarillo y otro carnet blanco que también conservo como trofeos de oro.

En Jinotega la despedida fue en el estadio municipal. Estaba completamente lleno entre brigadistas y familiares. Recuerdo ver a mi alrededor a mi padre Denis y a mi hermana Berta Rosa. Mi madre no quiso despedirme, pues era muy emotiva y eso le causaba mucho dolor, pero sí hizo una ferviente oración de rodillas pidiendo a Dios su bendición, me leyó el Salmo 91 y me alistó mi morralito.

El acto fue largo, con varios discursos, números culturales y el juramento final. La orden de montarse a los camiones llenó de un silencio sepulcral y los brigadistas, cobijados por el cerro La Cruz y la bendición de don Nando, uno de sus hijos dilectos. De inmediato, uno a uno, íbamos subiendo entre nostalgias, lágrimas y sonrisas.

Jinotega estaba adornada de Revolución. Era la resurrección de Germán Pomares que hacía casi un año había regado con su sangre la nueva Nicaragua.  La ciudad estaba de pie con las energías espirituales de Sandino, con el corazón hinchado. Se repetía la historia de ver marchar al ejército victorioso del icónico héroe de Las Segovias, el del “Pequeño Ejercito Loco”, despidiéndonos en medio de la neblina –que en ese tiempo era común– y ver casi como un ensueño cómo los héroes vitoreaban consignas revolucionarias: “En cada alfabetizador, Carlos Fonseca Amador”.

La primera lección revolucionaria

Los camiones de fabricación alemana marca IFA, se encendieron casi al unísono. El estadio se convirtió en un mar de llanto de los familiares que por primera vez se separaban de sus hijos de manera voluntaria y consiente.

El camión en el que yo iba era color verde; hacía un ruido ensordecedor –parecía un tractor– iniciando a desplazarse en las pésimas carreteras de ese tiempo. Recorrimos la ciudad y emprendimos la carretera con rumbo norte en las mismas montañas que Sandino defendió el decoro sagrado de nuestra Patria e hiciera morder el polvo de la derrota al ejército más poderoso del mundo, el de EEUU. Al mismo que nuestro Príncipe de las letras castellanas, Padre del Modernismo, dijera “Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor de la América ingenua”.

El viaje lo sentimos larguísimo porque en el camino iba una gran caravana de camiones de alfabetizadores y por el pésimo estado de la carretera herencia de la Dictadura Somocista. Al comienzo todos íbamos de pie, cantando canciones revolucionarias. Después, el cansancio nos venció y cada quien se sentó. Nos volteamos a ver y casi todos llevábamos lágrimas en los ojos, que limpiábamos disimuladamente.

Cuando la noche se puso joven, después de recorrer muchas horas y las montañas verde-azul iniciaban a ponerse grises y el cantar de los pájaros se disipaba lentamente, el camión que avanzaba despacio se paró. Se escuchó el grito del conductor con tono de alegría pregonando: “¡Llegamos! ¡Pueden bajarse, compas!”. Estábamos en las montañas jinoteganas, en la comarca El Tuma, en las haciendas La Colonia, Los Nogales, La Paz, donde nos ubicaron junto a alfabetizadoras del Colegio Experimental México, ubicado en Bello Horizonte y en donde estudiaban jóvenes de los barrios orientales de Managua.

Un grupo de campesinos nos esperaba. Estaban llenos de alegría. Empezaron a aplaudir y aplaudir y a ayudarnos a bajar de los camiones como muestra de una bienvenida calurosa, revolucionaria, sandinista. La primera lección revolucionaria: unir al estudiante con el campesino.

Un compañero campesino tomó la palabra y en un discurso elocuente lleno de sinceridad, nos dio la bienvenida y al final nos dijo que nos iba a ubicar donde dormiríamos esa noche. Nos llevaron a un galerón donde sería nuestras nuevas viviendas. Muy cerca estaban otros galerones, donde dormían los campesinos para la temporada de corte de café, que eran verdaderamente antihumanos, como herencia de tiempos somocistas; eran unas gavetas donde con costo alcanzaba una persona. Había casitas de campesinos que vivían en ese lugar, unas chocitas muy humildes rodeadas de cafetales.

Esa noche casi no dormimos conversando entre nosotros ya que, aunque éramos jóvenes jinoteganos, teníamos poca confianza entre nosotros. Recuerdo a Jaime, Hugo, Luis, Juan Carlos, Carlos Zeledón, Carlos Rodríguez, Ariel Vindel, una compañera profesora que era una de las técnicas y Misael Amador, mi mejor amigo.

«Carlos Fonseca dijo: Sandino Vive»

La escuadra de alfabetización se llamaba Otto Casco Montenegro en homenaje a un héroe sandinista, un gigante caído. El equipo técnico consistía en unas cartillas, cuadernos para los estudiantes, lapiceros, pizarra color negro, tizas, un cuaderno para hacer nuestro diario y una lámpara Coleman.

Me dieron la responsabilidad de hacer los partes diarios, que eran informes sobre el avance de la alfabetización en nuestra zona. La alfabetización tenía un doble objetivo: por un lado enseñar a leer y escribir, y por otro concientizar sobre el significado de la Revolución Sandinista.

Primero enseñamos a que los alumnos campesinos y algunos miskitos aprendieran a poner sus nombres y después frases completas. La primera fue “Carlos Fonseca dijo: Sandino Vive”.

EEUU, inconforme con el ejemplo del nuevo poder Sandinista, que inicia a transitar su propio camino de libertad, soberanía, progreso y justicia social, consientes que Nicaragua representa para ellos un interés geopolítico de primer orden, se plantean recuperan el país mediante una guerra de agresión. Meses más tarde, en Estados Unidos fue electo el republicano Ronald Reagan para ocupar la Casa Blanca y se convierte en enemigo visceral del naciente Poder Sandinista. El siguiente año, 1981, inicia la guerra contra Nicaragua, con un plan de operaciones encubiertas bajo el modelo de Guerra de Baja Intensidad que incluía inicialmente 19 millones de dólares administrados por la CÍA para financiar a la contrarrevolución, que llegó a tener en sus filas cerca de 30 mil elementos apoyándolos con más de 500 millones de dólares.

El 18 de mayo de 1980 asesinan de 18 puñaladas al alfabetizador Georgino Andrade, un obrero de 28 años que enseñaba leer y escribir en El Nancital, una comarca de San Francisco del Norte, fronterizo con Honduras, en el departamento de Chinandega. Esta era la primera obra del financiamiento norteamericano, ejecutada por la contrarrevolución, que inicialmente se llamaban MILPAS (Milicias Populares Antisandinistas), conformadas por guardias somocistas que tenían sus campamentos en Honduras.

A todos los alfabetizadores nos advirtieron de los peligros inminentes y que había que adoptar muchas medidas de seguridad. Obviamente. esta acción quería tener como efecto crear el pánico entre los alfabetizadores y que se iniciara una deserción masiva la cual nunca sucedió. Por lo contrario, produjo mayor convicción, coraje, valentía y patriotismo para llegar al final.

Una princesita partió

Una de las brigadistas de Managua con quienes nos identificamos e hicimos amistad fue Carolina Castro Darce, de tan solo 14 años, quien murió de un aneurisma y su partida a otro plano el 5 de julio de 1980 nos conmocionó a todos. Carolina era una princesita dulce, tierna, inteligente, solidaria, hija de la Luna y del Sol, seguía también las huellas libertadores de Arlen Suí, la Chinita estudiante de la UNAN que dio su vida por la Revolución. Se quedó alfabetizando su hermana Diana Castro Darce, quien fue una brigadista ejemplar y de quien guardo muchos y gratos recuerdos.

Alfabeticé a 5 campesinos. Danilo, un muchacho de 22 años que era casado y tenía dos niños fue el mejor alumno. Llegaba de primero a recibir las clases y se le veía en su rostro unas inmensas ganas de aprender. Doña Juana, de 45 años, Julio de 32, de origen mískito; don Adolfo, de 40, doña Rita de 39. El proceso de la alfabetización fue intenso: era como un huracán de letras que se había quedado estacionado.

Nos levantamos temprano para ayudar a los campesinos a las faenas de la mañana unas veces a cortar café, otras veces hacer rondas, limpiezas, etc., y por la tarde las clases que realmente no tenían un horario fijo, ya que los campesinos mostraron un alto interés en aprender. Su Psicología estaba llena de alegría, sentido de humor y responsabilidad.

Los sábados participábamos en fiestas que se organizaban en el lugar y en la comarca, donde íbamos a visitar a las brigadistas de Managua, rompiendo con las normas de seguridad que nos habían advertido. En las fiestas se combinaban música campesina con guitarra acordeón y también música con grabadora y equipo de sonido.

Recuerdo al responsable Regional de la Juventud Sandinista Yader Zelaya con un ejemplar temple de acero de la vieja guardia guerrillera, era del grupo de Marlon Zelaya quien fue asesinado por la contrarrevolución en mayo de 1983 y quien tuve el honor de conocer, siempre con su fusil FAL, barba semi cerrada, pantalón camuflé.

Año después, casi en las mismas coordenadas, yo combatía en las montañas jinoteganas en el glorioso Batallón 60-11, donde decenas de jóvenes jinoteganos ofrendaron sus vidas, como mi amigo y camarada Luis Armando Iglesias (Brillantina), quien cayó en combate el 30 de julio de 1983, en Las Delicias, Yalí; era el jefe del Batallón. Una bala asesina le atravesó su “joven corazón guerrero” muriendo instantáneamente, y muchos otros verdaderos héroes y mártires, estudiantes jinoteganos del Instituto Benjamín Zeledón.

Todos cambiamos para siempre

Al final, llegó la alegría de regresar a nuestros hogares, de sentir el calor de nuestra familia, de venir hechos hombres y mujeres nuevos, más solidarios, maduros. La satisfacción del deber cumplido y la nostalgia de ver a las montañas otra vez solas, llorando los campesinos porque se venían otra vez los muchachos hijos del Héroe de Las Segovias y sus tristes rostros, curtidos de por el sol y la lluvia, pero también la alegría oculta que ellos también eran hombres y mujeres nuevos.

La Cruzada de Alfabetización forjó la personalidad, el carácter, el temperamento de miles de jóvenes que ya no regresaron los mismos, que nunca más fueron los mismos. El contacto con el campesino, con la gente más humilde, unió para siempre valores y sentimientos que perduran en el tiempo en la Nueva Nicaragua. Fue aprender una escuela de vida llena de sabiduría, amor y respeto a la madre tierra, a la naturaleza, a la humildad, solidaridad.

A 43 años de esa gesta heroica continuamos el camino indetenible de la Revolución en otras circunstancias, en una era luminosa, con una Nicaragua nueva, donde la educación sigue siendo tarea número uno –”Ser cultos para ser libres”– bajo el leal e indeclinable liderazgo del Presidente Comandante Daniel y de la Vicepresidenta compañera Rosario Murillo que, además de ser hijos dilectos de Sandino, han sabido conjugar la juventud y la experiencia, respondiendo con inteligencia y firmeza a todas las amenazas imperiales disfrazadas con diferentes fachadas.

Nuestros sueños son sagrados y por ellos estamos dispuestos al máximo de los sacrificios por conservar nuestro suelo patrio con soberanía y Revolución. “No solo de pan vivirá el hombre”, mandato Cristiano, también cumplido.

(*) Embajador de Nicaragua en Chile. Brigadista de la Escuadra Oto Casco Montenegro, montañas de Jinotega.

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