Cinco, el sindicalista asesinado porque una monja lo denunció

El lunes, cuando regresábamos del entierro de Felipe Soto, pasamos saludando a Blinia Barillas, cuya casa está ubicada en la calle hacia el cementerio. Blinia Barillas fue compañera de trabajo de mi mamá en el Hospital San Vicente y es otra de las mujeres heroicas, valientísimas que se enfrentaban a la guardia sin miedo.
Por Margine Gutiérrez
Sindicalista en tiempos del criminal genocida Augusto Flores Lovo –Jefe Director GN del hospital– que masacró a la población matagalpina y mató gente a diestra y siniestra. Además de sindicalista, Blinia estaba vinculada al FSLN y junto con mi mamá –Ana Julia Gutiérrez– Albertina Soto, Reyna Ruiz, Margarita Espinoza y otras compañeras combativas formaban una red interna de lucha y resistencia a la par que apoyaban la lucha clandestina del FSLN.

Se vieron y se fundieron en un abrazo de los buenos. De esos que salen del alma entre sandinistas que compartieron peligros y tienen una hermosa historia en común. Luego los recuerdos empezaron a fluir con total naturalidad. Lo primero que nos contó Blinia, que se encuentra en silla de ruedas desde hace muchos años, fue la noche de terror que vivió cuando los golpistas somocistas, herederos directos del criminal Flores Lovo, asediaron la vivienda de Lalo Soza, que se encuentra a muy poca distancia de la suya.

Su casa fue rafagueada constantemente, lo que pudimos constatar en las paredes externas donde aún se encuentran los huecos de las balas. La caterva de maleantes tomaron su acera, la calle y durante toda la noche patrullaron con las motos siniestras. Su familia se resguardó en la parte de abajo de la casa, que tiene varios desniveles, pero ella, por su condición, se tuvo que quedar en la parte alta que da a la calle. Los disparos y las amenazas fueron asunto de toda la noche. Verdaderamente vivió una noche de terror, que vale la pena ampliar junto con el testimonio de los otros vecinos.

Después de hablar de esos terribles momentos, se regresaron en el tiempo a recordar otros momentos similares, en los que la angustia y el miedo, la muerte y el terror dominaban nuestras vidas en Matagalpa y en toda Nicaragua.

El sindicalista de la PROLACSA

El domingo 4 de julio, mi mamá nos estuvo contando de un muchacho de apellido Cinco que fue asesinado por la Guardia en el Hospital San Vicente. Ninguno de nosotros sabíamos nada. Su empeño era recordar su nombre. No profundizó en el tema. Ya estando con Blinia, fue lo primero que le preguntó y entre las dos empezaron a hilvanar la historia:

Cinco era un sindicalista de la PROLACSA que fue capturado por la guardia somocista y a la altura del puente de la salida a Jinotega se tiró del BECAT y se lanzó al río, que estaba un poco crecido. Nadó hasta llegar a la zona del Hospital San Vicente y se introdujo al hospital por las ventanas de la capilla. En ese momento monseñor Benedicto Herrera estaba oficiando la misa y el local estaba atestado de monjas. El muchacho entró, y corriendo hacia el interior del edificio, se introdujo al almacén donde guardaban la ropa limpia. Inmediatamente una monja dio la orden de dar aviso a la Guardia.

Teresa Caldera llegó corriendo a buscar a mi mamá, le contó lo sucedido y le dijo que sor Aurora le ordenó que fuera a decirle a Alberto, el telefonista, que llamara a Flores Lovo y le informara del muchacho que había entrado al hospital. A esas alturas, la guardia ya había llegado, y en la parte trasera del hospital lo estaban golpeando a patadas y culatazos.

Mi mamá, Ana Julia, seguida por otras compañeras, se dirigió hacia el lugar y vio como el muchacho metía sus manos para esquivar la andanada de golpes y patadas que le propinaban los seis guardias encargados de la siniestra tarea. Ana Julia les gritó que lo dejaran y luego a coro todas pedían piedad para con el muchacho. Los guardias las amenazaron con sus rifles y las conminaron a retirarse.

Ana Julia se fue a la capilla a buscar al padre Benedicto, que era colaborador del Frente, y le gritó desde la puerta que fuera a ver lo que estaba sucediendo con el muchacho, que hasta entonces nadie sabía quién era. Blinia, que estaba en misa, recuerda ese desesperado llamado. El padre Benedicto fue hacia el lugar a interceder por él, con los mismos resultados obtenidos por las enfermeras. Al rato pasaron lo guardias con el sindicalista colgado de las piernas y brazos hacia atrás, de una forma atroz, y lo sacaron del hospital. Iba desmadejado, casi sin vida. Como a las 6 de la tarde lo regresaron al hospital, dejándolo tirado en el suelo.

Mi mamá recuerda que ella estaba de turno 12 horas. Su ubicación de trabajo era en el quirófano y hasta allí nuevamente le llegaron a avisar que habían regresado al muchacho. Cuando lo vieron, estaba inconsciente. Lo colocaron en una camilla y fueron a buscar a un médico para que lo atendiera.

El doctor Mario Mairena, originario de Managua, estaba haciendo su internado en Matagalpa. Al revisarlo, vio que tenía todo el cuerpo quemado con cigarros pero no se le miraban golpes ni tiros. Estaba totalmente reventado por dentro. Al poco rato murió.

Descontrolada, Ana Julia le gritó a las monjas que fueran a ver en lo que había concluido su obra de denunciar a Cinco. Para que veamos que ellas siempre han jugado ese funesto papel.

Alguien lo identificó y comentó que su mamá, Paula Cinco, vivía en Solingalpa. Buscaron como hacerle llegar la información. Luego no supieron más, encerradas como vivían en los muros del hospital. Lamentan no tener su nombre completo, pero siempre lo recuerdan, especialmente por la saña, crueldad y criminalidad inaudita de la dictadura somocista.

Así gobiernan los sometidos al imperio. Bajo el terror. Por eso y por nuestros muertos no permitiremos jamás que los oligarcas vende patria vuelvan a gobernar Nicaragua.

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