La última Revolución: la insurrección sandinista

Hace cinco años, en septiembre de 2019, el historiador mexicano Gerardo Sánchez Nateras recibió su título de Doctor en Historia gracias a su tesis «La última Revolución: La insurrección sandinista y la Guerra Fría interamericana».

Ciudad de México. Por Gerardo Sánchez Nateras

Para realizar su tesis, el doctor Sánchez Natera viajó a Nicaragua y Costa Rica. Según relata el propio autor, “en Nicaragua fui calurosamente recibido y apoyado por Lorena Altamirano y Raymundo Mayorga, Ray Mayorga, María, Ana, Fidel Ernesto Narváez y su familia, quienes me abrieron las puertas de sus casas y me permitieron descubrir su maravilloso país. En Costa Rica tuve la buena fortuna de ser acogido por la familia de Rafael Flores, quienes fueron sumamente atentos conmigo. También me gustaría agradecer a Raquel Godos quien hizo mi estancia en Washington mucho más agradable con sus interesantes comentarios”.

A continuación, publicamos los párrafos iniciales de su tesis, y una parte de sus últimos capítulos.

Puede descargar la tesis completa en este enlace (archivo PDF)

Una insurrección inusual

El 19 de julio de 1979 un ejército guerrillero, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), entró triunfante a Managua capturando el último bastión del dictador Anastasio Somoza y terminando con más tres décadas de gobiernos autoritarios en Nicaragua. Tan sólo seis años después del funesto golpe de estado en Chile, en contra del gobierno socialista de Salvador Allende, las banderas del FSLN hondeaban triunfantes en Managua, inaugurando una década de fervor revolucionario.

A principio de 1977, nadie esperaba que un pequeño grupo guerrillero, fragmentado y al borde del colapso, estuviera en las condiciones de dar vida a un movimiento armado de profundas consecuencias internacionales. Fue precisamente el importante papel del escenario internacional en la crisis nicaragüense lo que permitió el crecimiento del FSLN, y el eventual colapso de la dictadura somocista.

La que presentamos es la historia de cómo una coalición de países latinoamericanos buscó evitar el avance del comunismo en América Latina y de como un movimiento guerrillero supo explotar estos temores para fomentar una revolución. La combinación entre las nuevas estrategias guerrilleras trasnacionales del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), la labor concertada de los gobiernos de Venezuela, Panamá, Costa Rica, México, Cuba, y el sacrificio de miles de nicaragüenses llevó a que en 1979 Nicaragua se convirtiera en el corazón de la última revolución en América Latina durante la Guerra Fría.

La insurrección nicaragüense fue inusual en la historia de la Guerra Fría latinoamericana al ser el único ejemplo en el que un grupo guerrillero de filiación marxista fue apoyado en su lucha por una coalición heterogénea de países e intereses políticos cuyo esfuerzo conjunto logró romper los estrictos límites de la política bipolar y plantear, por un breve momento, la posibilidad de superar la confrontación ideológica que tanta sangre habría derramado en el continente americano.

El FSLN y los países “anti-somocistas” (una coalición de gobiernos que se oponían a la dictadura de Anastasio Somoza), formaron una alianza políticamente efectiva pero contenciosa y repleta de suspicacias mutuas. Para finales de la década, esta “liga” de países latinoamericanos había logrado lo que parecía imposible: promover un movimiento revolucionario en el “patio trasero” de Estados Unidos. La historia de esta alianza no ha sido escrita y este trabajo busca explicar cómo fue que se conformó esta inusual coalición que hizo posible la victoria del sandinismo.

El triunfo revolucionario en Nicaragua fue el reflejo de un momento de transición del sistema interamericano durante el cual países como Venezuela, Panamá, México o Cuba se encontraron por diversas razones políticas y económicas en una situación de mayor autonomía para perseguir sus propios proyectos regionales.

La revolución fue al mismo tiempo un proceso político propio de la Guerra Fría, y una competencia regional entre Estados Unidos, Venezuela, Panamá, México y Cuba por la hegemonía política en América Central. Se trató de un conflicto interamericano que fue también parte de un proceso global, en el cual la confrontación ideológica bipolar que caracterizó a la Guerra Fría pareció aminorar, por un breve momento, entrelazándose con rivalidades personales y rencillas históricas que reflejaban, al mismo tiempo, dimensiones ideológicas y pragmáticas distintas.

La investigación busca situar a Estados Unidos y a los países latinoamericanos en medio de una serie compleja de relaciones políticas que limitaron el poder e influencia de cada uno, y busca describir un sistema interamericano atravesado por relaciones de poder, económicas e intereses políticos e ideológicos que determinaron el curso de los acontecimientos.

La tesis no busca resaltar la “capacidad de acción” de los países latinoamericanos frente a sucesos internacionales de gran envergadura. En su lugar intenta resaltar los límites políticos impuestos a todos los actores por un sistema continental cada vez más entrelazado e interdependiente. Estas consideraciones no implican que durante el drama revolucionario todos los actores tuvieran el mismo peso e influencia.

Sin lugar a duda, las decisiones políticas de Estados Unidos fueron de enorme importancia en Nicaragua, confirmando así la presencia de una obvia asimetría de poder en la región. Sin embargo, parte de esta investigación busca explicar cómo, desde posiciones de inferioridad relativa, algunos actores latinoamericanos lograron incidir y determinar el curso de los acontecimientos al ejercer su fuerza de manera precisa, maximizando su impacto y manteniendo un objetivo claro que, a la larga, tuvo más peso que las decenas de reuniones en Washington para decidir el futuro de Nicaragua. El objetivo de la tesis es, pues, rescatar la interacción entre el proceso insurreccional nicaragüense y el escenario internacional y regional de la segunda mitad de los años 70 para comprender el éxito de la revolución sandinista.

La caída del tirano

Durante todo este proceso Somoza se encontraba ansioso por presentar su renuncia. El 6 de julio, Pezzullo se entrevistó con Somoza, quien le señaló que era necesario poner una fecha para su renuncia. “He then asked how soon we could set a date for his resignation […] he still feared an assassination attempt” (A continuación, preguntó cuándo podríamos fijar una fecha para su dimisión […] seguía temiendo un intento de asesinato). Durante la reunión Somoza lamentó que cada día había más muertes y destrucción (pero no lo suficiente para detener los bombardeos).

La situación militar de la Guardia Nacional era cada vez más precaria. El 5 de julio la ciudad de Jinotepe fue tomada por los insurrectos, y el 9 de julio el último reducto de la Guardia Nacional en la Ciudad de León, la fortaleza de Acosaco, fue tomado por las fuerzas guerrilleras. Además, había reportes de que grupos guerrilleros estaban entrando de forma encubierta a Managua para prepararse para el inevitable asedio de la ciudad. En el norte las ciudades de Estelí y Matagalpa habían quedado prácticamente tomadas por los insurrectos, mientras que por todo el país decenas de poblados más pequeños habían quedado en manos de los sandinistas. Los informes de Pezzullo al Departamento de Estado también señalaban que la Guardia Nacional se encontraba muy cerca de colapsar (primero en inglés y después traducido al español):

Our latest information indicates they are frustrated by our inaction and by the continuing military pressure from the FSLN. They saw the removal of Somoza as a key element in relieving the pressure on the GN and also offering the GN an opportunity to separate itself from Somocismo. They now see themselves slowly being reduced to their last redoubt in Managua, with Somoza still in place, low on supplies and the prospect of being destroyed as an institution. What little faith they had in the USG has been seriously eroded these past two weeks. We may be close to the break point for any remnants of the GN to survive (Nuestras últimas informaciones indican que están frustrados por nuestra inacción y por la continua presión militar del FSLN. Veían la eliminación de Somoza como un elemento clave para aliviar la presión sobre la GN y también para ofrecer a la GN una oportunidad de separarse del somocismo. Ahora se ven lentamente reducidos a su último reducto en Managua, con Somoza todavía en el poder, escasos de suministros y con la perspectiva de ser destruidos como institución. La poca fe que tenían en el gobierno estadounidense se ha visto seriamente erosionada en estas dos últimas semanas. Puede que estemos cerca del punto de ruptura para que sobreviva cualquier resto de la GN).

Tras acordar el mecanismo de transición Somoza recibió la luz verde para llevar a cabo su renuncia. A la una de la mañana del 17 de julio el dictador se trasladó al hotel Intercontinental, donde los miembros del Congreso de Nicaragua se encontraban reunidos en secreto para recibir la renuncia del presidente. Tras entregar el poder, Somoza se trasladó en un convoy al aeropuerto junto con su familia, decenas de maletas y buena parte del tesoro nacional y abordó un avión a las cuatro de la mañana con destino a Florida.

Tan pronto como Somoza dejó el país el plan cuidadosamente acordado por Estados Unidos comenzó a fallar. Tras ser nombrado nuevo presidente de Nicaragua, Urcuyo transmitió un mensaje urgente a la nación, llamando a un cese al fuego inmediato y pidiendo a los insurgentes que depusieran las armas. Preocupado por el mensaje, Pezzullo llamó al nuevo presidente para insistir en que había un plan cuidadosamente elaborado que debía seguir, pero éste se negó a renunciar. Al percatarse de lo ocurrido el Departamento de Estado llamó con urgencia a Pezzullo ordenándole que hiciera todo lo posible para que se cumplieran los acuerdos. Desesperado, el embajador se trasladó a la casa presidencial para despertar a Urcuyo y demandar que se apegara al plan. Este contestó que no estaba dispuesto a entregar el poder a la Junta, pero que inmediatamente iniciaría un diálogo con la oposición, en su desesperación ambos comenzaron a intercambiar insultos, pero Urcuyo se mantuvo firme en su negativa.

Somoza había engañado a todos durante una semana: había informado a los comandantes de la Guardia Nacional que tras su renuncia el gobierno norteamericano iría a su rescate. También había convencido a Urcuyo para que se mantuviera como presidente hasta que Estados Unidos o los países centroamericanos intervinieran para evitar el triunfo de la revolución, pero esta ayuda nunca se materializó. Lawrence Pezzullo escribió en un memorándum sobre la transición (primero en inglés y después traducido al español):

Somoza probably told him that the [Unites States Government] and the northern tier Central American countries would come to the assistance of the GN once he had left the scene. That would explain the anguished calls we received from various Guard officers after Somoza left, when they discovered that the USG was not prepared to supply materiel support. I think Somoza also orchestrated a series of contacts and calls from the northern tier Central American states and from influential private sector figures in Miami. These calls to Urcuyo offered support and urged him to stand fast and not yield “to the Communists”. I believe Urcuyo was fool enough to believe this.

Probablemente Somoza le dijo que el [Gobierno de Estados Unidos] y los países centroamericanos de la franja norte acudirían en ayuda de la GN una vez que él hubiera abandonado el lugar. Eso explicaría las llamadas de angustia que recibimos de varios oficiales de la Guardia después de la salida de Somoza, cuando descubrieron que el Gobierno de Estados Unidos no estaba preparado para suministrar apoyo material. Creo que Somoza también orquestó una serie de contactos y llamadas desde los estados centroamericanos del norte y desde influyentes figuras del sector privado de Miami. Estas llamadas a Urcuyo le ofrecían apoyo y le instaban a mantenerse firme y a no ceder “ante los comunistas”. Creo que Urcuyo fue tan tonto como para creérselo.

En San José, Wisemann y Bowdler intentaron convencer a los sandinistas que esperaran a que el “humo” se despejara y se supiera qué había sucedido, pero los miembros de la Junta Provisional se encontraban extremadamente preocupados y se retiraron. La Dirección Nacional desconoció los acuerdos, y ordenó a todas las columnas sandinistas que tomaran Managua. Robert Pastor señala que, de acuerdo con Humberto Ortega, el FSLN en realidad no estaba dispuesto a negociar con la Guardia Nacional o aceptar un cese al fuego.146

El anuncio de la renuncia de Somoza y la falta del apoyo “prometido” de Estados Unidos a la dictadura llevó al colapso total de la Guardia Nacional. El 16 de julio fue capturada la ciudad de Estelí, el 18 los sandinistas tomaron a más de 300 guardias prisioneros en Granada. En el sur del país las fuerzas de élite de la dictadura se retiraron en desbandada, intentando huir hacia el puerto San Juan del Sur en el pacífico, donde barcos salvadoreños los esperaban. Por todo el país columnas de camiones hasta de 800 guardias avanzaron hacia el norte buscando cruzar la frontera con Honduras. Urcuyo junto con el resto de la élite Somocista abandonó el país. El camino hacia Managua estaba libre.147

El día 17, tras la fallida transición, los sandinistas tomaron la decisión de trasladar a los miembros del Gobierno de Reconstrucción Nacional a la ciudad de León para proclamar un gobierno legítimo y aprovechar el vacío de poder antes de que cualquier maniobra política internacional pudiera tomar forma. Ahí fueron presentados a los medios en el auditorio de la Universidad Nacional.

El 18 de julio un grupo de casi mil combatientes en su mayoría del Frente Norte a bordo de camiones arribaron a las afueras de Managua y tomaron el aeropuerto internacional, que rápidamente fue renombrado Augusto César Sandino. Ahí acamparon esa noche. En dirección contraria viajó un contingente de más de treinta camiones militares de la Guardia Nacional, buscando llegar a la frontera con Honduras. La mañana del 19 de julio las columnas conjuntas del Frente Sandinista comenzaron a entrar por la parte norte de Managua. Dentro de la ciudad grupos de milicianos habían saqueados los arsenales de la policía y la Guardia y patrullaban las calles con uniformes y equipos de la propia Guardia Nacional. Alrededor de las nueve de la mañana los primeros contingentes sandinistas comenzaron a subir la loma de Tiscapa, el corazón de la dictadura, capturando los cuarteles de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería, la casa presidencial y el “búnquer” de Somoza, ondeando la bandera rojinegra sandinista.

El 20 de julio columnas sandinistas de todo el país comenzaron a entrar en la capital en medio de la euforia popular. Miles de nicaragüenses se lanzaron a las calles para celebrar el fin de la guerra. En Managua más de 75 mil personas se congregaron en la plaza frente al Palacio Nacional, donde arribaron los integrantes del nuevo Gobierno de Reconstrucción Nacional y los miembros de la Dirección Nacional conjunta del FSLN. Varios dignatarios de toda América Latina asistieron al evento, entre ellos los vicepresidentes de República Dominicana y Panamá, el embajador mexicano, Andrés Rosenthal, el embajador de Costa Rica y el enviado especial de Washington, William Bowdler. Como Sergio Ramírez escribió en sus memorias: […] Sonaban las campanas rotas de la catedral resquebrajadas por el terremoto de 1972, y gritos de alegría, aplausos en cascadas, consignas en coros, lágrimas que bañaban los rostros y risas como resplandores en los rostros bañados en lágrimas, una música de marimba que venía de los altoparlantes de una camioneta de anuncios callejeros que no podía abrirse paso entre las banderas, las pancartas, las sombrillas de colores, racimos de gente subida en los árboles del Parque Central vecino, en las cornisas y en las torres de la Catedral, en las azoteas del Palacio Nacional.

El entusiasmo de Managua se mezclaba con el duelo y el dolor de miles de nicaragüenses quienes habían perdido familia, por aquellos que se encontraban heridos y por los refugiados que deambulaban por los caminos del país.

La Revolución en la región

Nadie podía ignorar los hechos que acababan de suceder en Nicaragua ya fuera con profundo pánico o entusiasmo. En varias capitales latinoamericana se organizaron fiestas y celebraciones tras la caída de Somoza. En San José se organizó un desfile de la victoria organizado por el Comité de Solidaridad con el Pueblo de Nicaragua, al que atendieron varios miles de costarricenses y nicaragüenses. Grandes cantidades de ayuda humanitaria comenzaron a llegar a Nicaragua en aviones provenientes de Cuba, México y los Estados Unido (vía la Cruz Roja Internacional).

En otras capitales la caída de Somoza había generado profunda preocupación. Tres días después del triunfo sandinista el ministro de relaciones exteriores de Guatemala, Castillo Valdéz, se entrevistó con el embajador norteamericano Bennet ante quien señaló que todos los eventos habían sido “cuidadosamente orquestados” y que su origen se encontraba en Moscú o en La Habana: “They occurred with a precision that was unmistakable, first in San Jose, then in Panama, then in Caracas, then in Managua and then in New York and Washington. The next phase already included Guatemala” (Se produjeron con una precisión inconfundible, primero en San José, luego en Panamá, después en Caracas, luego en Managua y después en Nueva York y Washington. La siguiente fase ya incluía a Guatemala”).

Al finalizar su informe sobre la conversación el embajador norteamericano remarcaría con cierto pesimismo: “The lesson they seem to have drawn from Somoza’s fate is that it could easily happen to them and that the “Communist conspiracy’ is already working to that end” (“La lección que parecen haber sacado del destino de Somoza es que podría ocurrirles fácilmente a ellos y que la “conspiración comunista’ ya está trabajando con ese fin”).

En Honduras, los grupos de la Guardia Nacional que habían logrado huir de la guerra habían sido contactados por altos oficiales de las fuerzas armadas que habían huido a Miami para que viajaran a Guatemala para reagruparse y eventualmente iniciar un esfuerzo “contrarrevolucionario”. En El Salvador, el gobierno había contribuido a la evacuación de cientos de guardias, en espera de que los combatientes comunistas que habían viajado a Nicaragua regresaran con armamento y experiencia para intentar derrocar el gobierno de Romero. Éste señaló que ya había muestras de descontento, en particular entre los sindicatos, lo que representaba “seguramente” parte de un plan comunista. Todos los países autoritarios de América Central habían comenzado los preparativos para hacer frente a la ola revolucionaria que había iniciado en Nicaragua.

Los gobiernos del área que habían apoyado el proceso revolucionario se encontraban preocupados por la eventual lucha al interior de la coalición revolucionaria nicaragüense. Para el gobierno mexicano la división entre los grupos era clara, como señalaba un memorándum para el Secretario de Relaciones Exteriores de México el 25 de julio: “no sería remota la posibilidad de que se empezaran a producirse divisiones ideológicas internas, sobre todo en el FSLN que consiste, como no hay que olvidar en tres tendencias marcadamente antagónicas que van desde la GPP de orientación izquierda radical a los Terceristas que han sido elementos de moderación el Frente”.

Otros eran más optimistas. Por ejemplo, el 18 de julio, Omar Torrijos se entrevistó con Lawrence Pezzullo quien escribió al respecto en un telegrama: “In general the tone Torrijos used in speaking about future developments following the Urcuyo stage was rather optimistic. He spoke of the understanding of the FSLN leadership of the need to be moderate, to avoid reprisals, and the fact that they owed a great debt to the international community, particularly those Latin American countries which have supported their rise to power” (“En general, el tono que utilizó Torrijos al hablar de la evolución futura tras la etapa de Urcuyo fue bastante optimista. Habló de la comprensión de la dirigencia del FSLN de la necesidad de ser moderados, de evitar represalias, y del hecho de que tenían una gran deuda con la comunidad internacional, particularmente con los países latinoamericanos que han apoyado su ascenso al poder”).

Torrijos se encontraba confiado en que los sandinistas cumplirían sus promesas y no olvidarían la ayuda prestada, a pesar de lo sucedido durante las negociaciones cuando los sandinistas se habían negado a integrar más moderados a la Junta. A su vez, el gobierno de Costa Rica comprendió que la revolución había desatado dos procesos contrarios, el temor ante el radicalismo y el optimismo por la caída de la dictadura. A principios de agosto un memorándum interno del gobierno de Costa Rica sobre el proceso de reconstrucción señaló de forma clara: En la medida que Nicaragua se oriente hacia un régimen de respeto ideológico y que busque la implantación de un gobierno democrático […] y que siga una política de auténtica independencia y autodeterminación en el plano internacional, otros pueblos de nuestra América verán acrecentadas sus posibilidades de liberarse de los regímenes dictatoriales que los oprimen y de contar con la solidaridad que contó el pueblo nicaragüense.

Estas reflexiones nos mueven a sostener que resulta inmensa la responsabilidad de quienes tienen en sus manos la conducción de la revolución nicaragüense. Hoy ya en función de gobierno, y que sus decisiones están jugando en buena medida, la suerte de muchos pueblos hermanos de Latinoamérica.

Centroamérica estaba a punto de experimentar una transformación política de enormes proporciones y las decisiones del nuevo gobierno revolucionario tendrían un gran impacto regional. Durante los siguientes años el temor de las dictaduras anticomunistas, y las esperanzas de la izquierda se enfrentarían con violencia en las calles, los campos y montañas de América Central.

Conclusión

Este capítulo ha reconstruido la forma en que el escenario internacional y regional resultó vital para determinar el triunfo del FSLN en julio de 1979. Las razones por las cuales el Frente Sandinista decidió lanzarse a la lucha final, su impacto regional y el apoyo de nuevos actores políticos fueron determinantes para triunfo de la revolución. Esta lógica trasnacional de la crisis nicaragüense se encontraba en el centro del conflicto.

Este capítulo ha buscado destacar sobre todo el papel de México y Cuba como dos actores que determinaron de forma importante el curso del conflicto y permitieron el triunfo revolucionario. Cuba, con una extensa operación de abastecimiento al FSLN que fue crucial para dar nuevo impulso militar a la insurrección, y México al inclinar la balanza política internacional en contra de Somoza.

El capítulo también se ha centrado en el papel crucial de El Salvador, Honduras y Guatemala para el desenlace revolucionario, al destacar cómo, en una serie de reuniones clandestinas, Somoza decidió finalmente dejar el poder debido a la crucial decisión de estos países de abandonar a la dictadura durante un momento clave del proceso revolucionario.

Este capítulo ha intentado mostrar cómo, al contrario de lo que frecuentemente se ha dicho sobre la política de Washington hacia Nicaragua, la administración Carter estaba siguiendo el mismo patrón de política unilateral, disfrazada de multilateralismo y no intervención. En lugar de trabajar con la amplia coalición internacional apoyando a la Junta Provisional, el gobierno norteamericano buscó establecer su propio gobierno transitorio y darle legitimidad como si éste fuera independiente de Estados Unidos, de la misma forma en la que el mecanismo de mediación analizado anteriormente había sido un vehículo de la política norteamericana envuelto en un ropaje multilateral.

Cabría destacar que una parte fundamental de este capítulo ha buscado remarcar el papel del FSLN como “creador” de una situación revolucionaria, coincidiendo en este punto con los resultados de las investigaciones de Giles Bataillon sobre el conflicto centroamericano. Como se ha visto, el FSLN logró incidir sobre la política exterior de varios países latinoamericanos, incluido el gobierno cubano, desde una posición de profunda debilidad y dependencia, y lograr utilizar el sistema internacional como un arma de lucha guerrillera. La victoria revolucionaria del FSLN fue el resultado del apoyo de varios países de la región, los errores políticos de la dictadura y, de forma crucial, del sacrificio de miles de nicaragüenses.

Finalmente vale la pena remarcar cómo los últimos meses del conflicto fueron determinados por un profundo temor hacia los posibles efectos que la revolución podría tener a nivel regional.

Aquellos días estuvieron caracterizados por intensos debates sobre las “teorías del dominó”, conspiraciones comunistas, y revoluciones inevitables. Para algunos la revolución era una amenaza ante el inexorable avance de una conspiración comunista que parecía estar en la ofensiva; para otros representaba la posibilidad de llegar a la utopía, establecer una verdadera independencia, vengar los males de años de vejaciones, miseria, golpes de estado. Una nueva batalla por el futuro de América Latina había comenzado y Nicaragua sería el epicentro de la última revolución latinoamericana.

La última Revolución. Epílogo.

“No hemos tenido un instante de sosiego”, dijo Gabriel García Márquez en su discurso de aceptación del Premio Nobel 1982, “La soledad de América Latina”.

Este trabajo ha buscado mostrar que el triunfo de la insurrección sandinista tuvo sus orígenes en una profunda transformación política y económica a nivel global y hemisférico durante los años setenta. Esta gran transformación modificó también el balance de poder continental entre Estados Unidos y los países latinoamericanos.

En lo económico, el colapso del sistema de Bretton Woods y las subsecuentes “crisis” petroleras dieron impulso a la política exterior de México y Venezuela, económicamente más independientes que una década anterior.

En el terreno político, una serie de líderes nacionalistas se mostraron más dispuestos a cuestionar la preeminencia de Estados Unidos en los asuntos latinoamericanos. Omar Torrijos, Carlos Andrés Pérez, José López Portillo, y por supuesto, Fidel Castro, impulsaron políticas económicas e internacionales más independientes, cuyo objetivo era defender su autonomía y criticar la posición subordinada de los países latinoamericanos dentro del orden hemisférico. Los gobiernos de Venezuela, Panamá y México intentaron superar las rígidas limitaciones que el orden bipolar había impuesto a la autonomía de sus estrategias políticas regionales.

Los años setenta también fueron un periodo de fuertes cambios en la política de Estados Unidos un proceso que adquirió un gran impulso durante la administración Carter. El presidente demócrata tomó como bandera la transformación de la política norteamericana, respondiendo a los cambios que habían tenido lugar a nivel mundial y regional.

La necesidad de enfrentar los apremiantes retos económicos y sociales de un mundo cada vez más interdependiente llevaron a Carter a buscar una reducción de las tensiones globales para construir un nuevo entramado internacional que pudiera responder de forma más coordinada a estos inéditos problemas. Reconociendo que la gran transformación latinoamericana era parte de los cambios experimentados por el sistema internacional, Carter decidió implementar una política novedosa hacia los países del continente, desechando el intervencionismo de sus antecesores, otorgando a cada país atención particular y favoreciendo una política de promoción de la democracia y los derechos humanos.

La nueva postura estadounidense y el intento de algunos países latinoamericanos de superar las limitaciones del orden bipolar, favoreció un periodo de distensión de los conflictos políticos regionales inédito para América Latina.

En América Central, de forma paradójica, la combinación de estos procesos tuvo a mediano plazo un papel profundamente desestabilizador. Los gobiernos de El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua se resistieron a las fuerzas de cambio social que atravesaron todo el continente y a los nuevos impulsos de la política exterior estadounidense.

Nicaragua, gobernada por una dictadura dinástica de “viejo régimen” desde el final de los años 30, fue debilitada por las nuevas políticas de Estados Unidos hacia América Latina que reclamaban una nueva actitud frente al problema de los derechos humanos.

Sin embargo, las demandas de mayor libertad política, independencia y respeto a los derechos humanos no sólo fueron producto de la nueva política norteamericana, sino reclamos de grupos que durante años habían cuestionado los gobiernos autoritarios de la región y que aprovecharon la nueva y favorable coyuntura de final de los años 70 para empujar sus agendas de reforma.

En Nicaragua, “la pequeña distensión” permitió que los grupos empresariales, desafectos al régimen, así como los movimientos sindicales, guerrilleros, religiosos, estudiantiles y populares, que durante años habían exigido cambios en el orden político, encontraran un nuevo espacio para empujar sus demandas.

En este contexto particular, el FSLN tercerista comenzó a desarrollar una estrategia revolucionaria trasnacional, aprovechando las transformaciones en la política de Estados Unidos y el creciente activismo de algunos países latinoamericanos en la región. Utilizando estas nuevas formas de guerra de guerrillas, el FSLN pudo convertir una crisis política por la sucesión presidencial en Nicaragua en un profundo conflicto regional.

Este proceso adquirió más fuerza tras los operativos militares de octubre de 1977 que ayudaron a persuadir a varios gobiernos del área, en particular Venezuela y Panamá, a apoyar los esfuerzos revolucionarios sandinistas en contra de la dictadura de Anastasio Somoza. Sin embargo, como hemos visto, el intento del FSLN de involucrar a los países de la región en el conflicto nicaragüense fue exitoso en la medida en que Venezuela, Panamá, México y Cuba tenían una agenda de política exterior que convirtió a Centroamérica en un centro neurálgico de su nuevo activismo internacional.

El asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, en enero de 1978, y las protestas populares que le siguieron, sirvieron como una excusa conveniente para que Venezuela y Panamá adoptaran una estrategia de presión internacional en contra del gobierno de Nicaragua. Respaldados por la nueva retórica internacional de los derechos humanos, estos países buscaron el aislamiento diplomático de la dictadura e intentaron persuadir a Estados Unidos para que utilizara su poderío hegemónico y propiciara un cambio de régimen en Nicaragua.

Somoza se defendió poniendo en marcha una política contradictoria, en ocasiones tolerante hacia las movilizaciones sociales y en ocasiones altamente represiva. La estrategia del dictador fue exitosa y permitió crear fuertes divisiones entre el gobierno norteamericano y el venezolano, así como evitar un mayor asilamiento de Nicaragua dentro del sistema interamericano. Sin embargo, al alternar momentos de represión y apertura, el gobierno somocista fomentó el malestar popular y permitió que éste comenzara a ser encauzado por las organizaciones ligadas al FSLN.

En el extranjero los sandinistas fortalecieron sus redes trasnacionales en América Latina, Europa y Estados Unidos. Los esfuerzos sandinistas tenían como objetivo conseguir apoyo material para la organización de la disidencia interna y llevar a cabo una campaña propagandística internacional para deslegitimar a la dictadura. Estos esfuerzos fueron apoyados por los países anti- somocistas. Caracas, Panamá, San José, La Habana y la Ciudad de México se convirtieron en centros de difusión de materiales revolucionarios y lugares de descanso, conspiración y activismo. El Grupo de los 12 y los embajadores intelectuales del FSLN fueron una parte esencial de la construcción de estas redes trasnacionales. El gobierno cubano movilizó sus extensos contactos dentro de la izquierda latinoamericana para apoyar los esfuerzos sandinistas, en un intento de limitar el protagonismo de países como Venezuela y Panamá.

La creciente división entre el gobierno de Venezuela y Estados Unidos llevó a que Carlos Andrés Pérez redoblara sus esfuerzos por apoyar a los sandinistas. Su objetivo era doble, por una parte, consideraba que su apoyo al FSLN le permitiría “moderar” las tendencias radicales dentro de la organización y, por otra parte, serviría para presionar a Estados Unidos y a la dictadura Somocista. Pérez y Torrijos no buscaban el establecimiento de un gobierno sandinista en Nicaragua, y en diversos momentos propusieron organizar golpes de estado y otras maniobras políticas a espaldas de sus aliados nicaragüenses.

Tras meses de planeación el FSLN llamó a una insurrección nacional en septiembre de 1978, en un intento por evitar que otras fuerzas de oposición tomaran control de la situación dentro de Nicaragua. Durante varias semanas los enfrentamientos paralizaron a todo el país. La dictadura reprimió a sangre y fuego a los insurrectos, frente a la mirada de periodistas y diplomáticos que transmitieron por todo el mundo las noticias sobre los bombardeos de civiles inocentes, los enfrentamientos armados y los asesinatos. El levantamiento sandinista se encontraba al borde del colapso, lo que llevó a que los gobiernos de Panamá y Venezuela intervinieran, proporcionando apoyo militar encubierto al FSLN y considerando seriamente realizar operaciones militares en contra de la Guardia Nacional.

La insurrección de septiembre causó alarma en toda la región. En América Central los gobiernos autoritarios comenzaron a cerrar filas alrededor de Somoza. Venezuela y Panamá intentaron reagrupar a las fuerzas del FSLN. Mientras que en Washington la situación había forzado, finalmente, a que la administración Carter interviniera para intentar solucionar la crisis. Estados Unidos organizó un esfuerzo de mediación internacional con el objetivo de lograr un acuerdo entre la oposición y la dictadura que pudiera garantizar la paz en la región.

Durante las negociaciones Estados Unidos presionó a Somoza de diversas formas: dando aliento a la oposición moderada, bloqueando el préstamo de estabilización del FMI a Nicaragua y promoviendo el disenso entre miembros del PLN y la Guardia Nacional, medidas que difícilmente podían ser calificadas como no-intervencionistas.

Somoza respondió buscando el apoyo de diversos actores internacionales para resistir los embates de Estados Unidos. Con el respaldo de los países de América Central el gobierno de Nicaragua pudo recuperar cierta estabilidad económica y defenderse de Estados Unidos y Venezuela en el ámbito diplomático, mientras que Argentina e Israel suministraron armas y municiones para reforzar a la Guardia Nacional.

La derrota electoral de Carlos Andrés Pérez en diciembre de 1979 y las presiones norteamericanas sobre el gobierno de Panamá también ayudaron a aliviar la presión sobre la dictadura y, en conjunto, llevaron al colapso de la mediación norteamericana.

El fin de la mediación llevó a una reconfiguración de la crisis en Nicaragua. La administración Carter consideró que cualquier intento por lograr la salida de Somoza antes 1981 serían infructuoso y decidió adoptar, nuevamente, una política de no intervención.

Confrontado también con el fracaso de sus esfuerzos, Carlos Andrés Pérez decidió limitar su apoyo a los sandinistas viendo su influencia disminuir a medida que se acercaba el fin de su mandato presidencial.

De igual forma, el gobierno de Panamá redujo su apoyo a los insurrectos debido a la inminente ratificación de los tratados del Canal de Panamá en el Senado norteamericano.

El vacío de poder generado a partir del menor activismo de estos países permitió que el gobierno de Cuba reforzara sus lazos con el FSLN, al considerar que América Central se encontraba al borde de un nuevo ciclo revolucionario. A su vez, el gobierno de México, temiendo el potencial desestabilizador de una prolongación del conflicto armado, decidió respaldar a los sandinistas otorgando apoyo político y económico a los insurrectos.

A partir de mayo de 1979, reforzado por la reunificación de las tres facciones y con el apoyo de Cuba, el FSLN inició nuevas operaciones militares en contra de la dictadura somocista, temiendo que la coyuntura internacional que había propiciado el crecimiento de la organización estaba llegando a su fin.

Los nuevos ataques sandinistas fueron apoyados de forma decidida por los gobiernos de Cuba y México. El gobierno de la isla transportó grandes cantidades de material militar a Costa Rica para apoyar la insurrección, mientras que el gobierno mexicano, considerando que la crisis estaba, finalmente, llegando a su fin, desplegó una “ofensiva” diplomática en contra de la dictadura somocista. La combinación de estos dos factores inclinó la balanza a favor de los insurrectos.

El éxito inesperado de la ofensiva sandinista llevó a que los gobiernos autoritarios de América Central abandonaran a Somoza al considerar que su permanencia en el poder sólo servía para desestabilizar a la región.

El gobierno de Estados Unidos reconoció el potencial desestabilizador de una victoria revolucionaria e intentó crear mecanismos de última hora para evitarlo. Los planes norteamericanos eran cada vez más irreales. Los oficiales de la administración Carter intentaron organizar un gobierno de transición moderado al margen de los insurrectos, mientras promovieron en la OEA la creación de una fuerza de paz interamericana para defender este mecanismo de transición.

La propuesta norteamericana fue rotundamente rechazada gracias a la férrea oposición de México y los países del Pacto Andino. A su vez, la oposición moderada había decidido apoyar a los insurrectos o huir del país.

Confrontados con los límites de su proyección hegemónica, la administración Carter decidió recurrir a Venezuela, Panamá y Costa Rica para intentar moderar el nuevo gobierno revolucionario. Durante las últimas semanas del conflicto tuvieron lugar intensas negociaciones entre el FSLN y Estados Unidos para decidir la composición del futuro gobierno de Nicaragua.

Sin embargo, los acuerdos resultaron inútiles ya que el proceso de transición, cuidadosamente acordado, fue saboteado por el propio Somoza y por los avances de la ofensiva sandinista. Tras la renuncia del dictador, el 17 de julio de 1979, la Guardia Nacional y el gobierno transitorio colapsaron permitiendo una victoria total de las fuerzas revolucionarias.

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