Gladis Báez, una estrella en el firmamento del FSLN


Gladis Báez siempre portaba en el pecho una estrella. Y ella explicó por qué en Radio La Primerísima, el 31 de julio de 1999. Esta es una síntesis de esa entrevista:

Por Radio La Primerísima


Es una estrella que hicieron en la cárcel. Estaban presos José Benito Escobar, Jacinto Suárez, Daniel Ortega, Lenin Cerna, Carlos José Guadamuz, Francisco Ramírez Chico, Efraín Nortalwalton, Manuel Rivas Vallecillo, entre los que me acuerdo.

Yo estaba semi inválida y ellos estaban presos. Se me ocurrió, en determinado momento, ir a pedir reales a la gente, en Juigalpa, en una Navidad, y les envié con doña Lidia Saavedra de Ortega, materiales para que los muchachos hicieran unas lindas tarjetas navideñas. Y yo guardo la mía, firmada por todos ellos.

Pero me sorprendieron: después del asalto a la Casa de Chema Castillo, cuando se dio la liberación de los presos, doña Lidia me trajo esa estrella de madera hecha en la cárcel, que tenía la imagen del Che por un lado, y la hoz y el martillo por el otro, quemadas sobre madera, que incluso la vivo zurciendo siempre para que sea la misma, original.

No sé cómo los presos burlaban a la Guardia para hacer esas cosas, porque, en este caso, no disponían de maque, así que la pulieron restregándola con los dedos. Eso para mí es muy importante. Entonces yo le pregunto todos los días al Che ¿cómo me porto? Y a veces me dice que mal. “¡Ya la cagué!”, digo entonces.

En 1963, tras participar en la organización de la Federación de Mujeres Democráticas Nicaragüense del Partido Socialista, participa en el Congreso Mundial de Mujeres, en Moscú. Ella fue seleccionada para ese viaje, según relató en esa entrevista, debido a su beligerancia en el trabajo sindical en Juigalpa:

«Había seis candidatas para ir a ese Congreso, todas del Partido Socialista. Yo era muy poco conocida en el partido, porque trabajaba en las comunidades de Chontales. Sin embargo, por primera vez en la historia de este departamento, habíamos celebrado en las calles un Primero de Mayo multitudinario, y me había tocado hablar en el acto sobre el porqué de esta conmemoración.

Quiero reconocer el gran aporte que en mi preparación tuvo Gregorio Aguilar Barea, y puedo decir que fue el enlace con la dirigencia del Partido Socialista. También agradezco a Carlos Salgado y a Domingo Sánchez “Chagüitillo”. Después supe que las otras candidatas apoyaron que la delegada al Congreso en Moscú fuese yo, pero cuando “Chagüitillo” me dio la noticia, le dije que aceptaba con la condición que no le dijera a los compañeros del sindicato ni a mi familia.

Yo tenía una hija recién nacida, y entonces inventamos que iba a un curso a Costa Rica, pero no me creyeron. Todos pensaban que iba para Cuba.

Bueno, aquí en Managua pasé seis días metida en una casa, preparándome para ese Congreso, porque no podía leer ningún papelito, pues yo había estudiado hasta tercer grado. Además, no tenía tanto conocimiento para ir a un Congreso Mundial de Mujeres. Les dije: –No se preocupen, yo oigo todo, lo que sepa contestar lo digo; lo que no, lo invento».

Su integración a la lucha sindical

En 1956, cuando Rigoberto López Pérez ajustició a Somoza García, la Guardia hizo una redada, a nivel nacional, de mucha gente que no tenía nada que ver con eso. Toda la chavalada íbamos a ver qué estaba pasando.

A mí me impactó muchísimo cómo llevaron el cadáver de Cornelio Silva, camino hacia La Libertad, Chontales, porque él era de ahí. Después de muertos los llevaban de cuartel en cuartel, y delante de la gente los pateaba la Guardia. Era un odio visceral, terrible. Eso me impactó, y llegué a mi casa espantada y preguntando, que alguien me dijera por qué le hacían eso a un muerto, porque para mí los muertos eran buenos.

Entonces mi familia comenzó a decir lo que nunca me habían dicho: la relación familiar con los Báez Bone, de los sucesos del año 1954. Soy pariente de la familia de Báez Bone por parte de mi madre. Y me explicaron por qué había una redada de presos, y por qué tantos Báez estaban presos. Sólo dijeron que eran antisomocistas, y como chavala, comencé a buscar en el pueblo quién podía darme más explicaciones. Por suerte había el Clan Intelectual de Chontales: Goyo Aguilar, Carlitos Molina, Memo Solís, Guillermo Rothschuh Tablada…, pero yo me le pegué más a Goyo, quien me fue dando más explicaciones.

Luego aparecieron algunos chavalos barberos, zapateros, interesados en formar un sindicato, pero no tenían dónde hacer las reuniones. Yo hice un trato con mi mamá, le dije:

– ¿Usted no quiere que yo ande por mal camino?

Entonces me dice:

– No, si yo quiero lo mejor para vos.

Entonces le digo: – Bueno, o me permite que aquí sean las reuniones o yo voy a las reuniones.

Y fue así como comencé a participar en la organización y formación de los sindicatos. Al inicio no sabía que detrás del aspecto sindical estaban los partidos políticos.

Le pusimos Sindicato de Asuntos Varios, porque ahí lo que había eran oficios familiares: el padre con los hijos. Los zapateros y los barberos siempre tuvieron hábito de lectura, y discutían mucho mientras armaban los zapatos. Por mi parte, yo era modista, y de las buenas, porque comencé a coser desde los doce años.

Entraba y salía de la cárcel

Por medio de la formación de sindicatos ingreso al Partido Socialista y ahí obtengo una versión distorsionada sobre el Frente: locos, vagos, aventureros, pequeños burgueses, irracionales, etcétera.

Pero había otra cosa importante: se organizó una célula de la Juventud Patriótica Nicaragüense, que no era del Partido Socialista, y no encontraban quién les hiciera las banderas para irlas a poner en los palos más altos.

Entonces recurren a mí, y yo preguntaba: – ¿Para qué puta sirve esto? Porque cuando yo no estaba segura, preguntaba, y contradecía, y así fui aprendiendo, a garrotazo limpio. Mi escuela ha sido la escuela de la vida, la escuela de la terquedad. De esta manera ingreso a la Juventud Patriótica.

Después aparece Movilización Republicana, a la que también llego, a ver qué pasa. En Juigalpa yo tenía un historial de carceleadas, porque si llegaba un dirigente al pueblo, yo iba presa; si aparecía una papeleta, iba presa; lo que apareciera, iba presa. Me llegaban a traer en la mañana y me soltaban en la noche. Nunca dormía en la cárcel. Estaba en la lista de los sospechosos.

Había en Juigalpa un obrero que me compraba Orientación Popular, un periodiquito del Partido Socialista; y un día cayó enfermo y pidió que yo lo llegara a ver.

Llegué y me dice: –Te quiero decir que tales y tales carceleadas que vos tuviste, son a nombre mío.

¿Cómo es esa mierda que a nombre tuyo? –respondo.

– Es que esas cosas yo las hice, y vos fuiste la que caíste presa.

Me dio a entender que tenía un vínculo con el Frente, pero no se atrevió a decírmelo; pero me plantea una cosa: – ¿Sos capaz de hacer lo que yo te pida? Si no se trata de algo malo, pues puedo hacerlo con el mayor gusto –le contesté. –Yo me muero, los médicos dicen que me muero, y quiero que en mi entierro me pongan una corona o un ramo de flores con una cinta que diga FSLN y una bandera roja y negra. –Mirá, hermano, yo sí te lo hago.

Efectivamente, a los pocos días murió, y yo llegué a la casa, que quedaba frente al Parque Palo Solo, y hablé primero con los padres: –Ustedes me mandaron a llamar hace dos días, y su hijo me pidió esto, y aquí lo traigo.

Yo había hecho una almohada con flores de tela; le puse la bandera roja y negra, y las cuatro letras en blanco, y además llevé una bandera del Frente. La familia se hizo un rollo porque decían que era una provocación. Les dije que si no querían, yo no lo hacía, pero que en el camino yo iba a portar la bandera. De todos modos sabía que sería otra carceleada.

El «Ronco» Turcios

Y la llevé. Después surgieron los preparativos para el Congreso Mundial de Mujeres, en Moscú. Viajé de Juigalpa a Moscú, sin conocer Managua. Cuando llegué a Moscú, ya se había inaugurado el Congreso. Los nicas estaban esperando a ver quién llegaba. Yo llevaba un paquete para ellos. Me dijeron que si Óscar Turcios me abordaba, lo que me dijera, que por un oído me entrara y por el otro me saliera; pero eso me llamó la atención y se me quedó grabada la recomendación.

Cuando los compañeros me detectaron durante un receso, me preguntaron que de dónde era, entonces les dije que de Juigalpa, Chontales, y que llegaba en representación de la mujer nicaragüense. Les pregunté los nombres a todos, y no estaba Óscar Turcios “El Ronco”.

En la noche, en el hotel, me dijeron que me buscaba Óscar Turcios. Bajé rapidísimo y al verlo le digo: – ¿Vos sos Óscar Turcios, de veras? –Sí, yo soy Óscar Turcios. – ¿Y por qué los viejos me dijeron que no hablara con vos?

Óscar se encargó de hacer citas por separado conmigo. “El Ronco” tenía a veces muy poca paciencia, pero sí la tuvo conmigo, y se lo agradezco, porque me enseñó lo que era el Frente Sandinista, una versión nueva que yo desconocía. Cuando nos despedimos me dio un informe sobre el Congreso para que lo entregara al Frente.

Con tanto que dijeron las mujeres de todas partes del mundo, me tenían aturdida. Era como que hubiera leído una gran cantidad de libros, y estaba ávida de conocer más. Me quedaron claras varias cosas: una, que yo sentía que había representado a la mujer nicaragüense, pero no a una organización de mujeres; dos, pude apreciar que la transformación del capitalismo al socialismo no se da por decreto.

Después del Congreso nos mandaron a diferentes partes, y a mí me tocó ir a Leningrado, con todas las que hablábamos español. En ese viaje, ya había ido a ver el mausoleo de Lenin. Como estaba reciente el triunfo de la Revolución Cubana, andábamos detrás de las cubanas preguntando tantas cosas.

Y en la primera de bastos, como dicen los jugadores, cuando nos tocaba hablar en algún lugar, nos pusimos de acuerdo en que hablara la cubana en nombre de todas. Entonces me sorprendió, en la delegación, una compañera que todo el tiempo andaba vestida de militar, y a ella la escogieron para hablar.

Y digo: –A la gran puta, ahora nos intoxica de guerra de guerrillas esta mujer. La mujer comienza a hablar de la Revolución de Octubre, de París, y de Sandino, dónde peleó Sandino, por qué peleó Sandino, etcétera. Le dedicó un gran espacio a Sandino, y además dejó a Nicaragua de penúltimo para terminar con Cuba, porque su esquema era terminar con el “Patria Libre o Morir; Patria o Muerte, Venceremos”, para hacer esa vinculación. Todo eso, para mí, es nuevecito.

Es decir, yo tenía la versión de que Sandino era un bandolero. Entonces me quité la bandera de Nicaragua, me la metí a la bolsa, y pensaba ¡trágame tierra, pues, yo no conozco la historia de Nicaragua!

Además, me sucedió otra cosa peor todavía, porque había cosas de las que esta mujer estaba diciendo, que ya me las había dicho Óscar.

Entonces pienso: Este hijueputa se puso de acuerdo con esta mujer para que dijera la misma cosa. Seguramente eran amigos. Cuando regreso de Leningrado, entonces sí ya vengo a oír a Óscar. Es decir, antes le oía y le contradecía; cualquier barbaridad le contradecía, cualquier cosa; pero ya cuando regreso, le pongo más atención. Incluso le conté lo que había escuchado, y él se ponía a reír, y me decía: –Es que efectivamente no es culpa tuya.

Sus inicios en el FSLN

Yo estuve en la etapa en que analizamos profundamente el foquismo y la necesidad de cambiar a la lucha insurreccional que vinculara a la ciudad con el campo. Es lo que yo conocí en 1964, y le correspondió a Rigoberto Cruz, ir abriendo brechas nuevamente hacia la montaña.

Yo conversaba mucho con Rigoberto, para mí era como el propagandista graduado nato. Decía que cuando incursionó a la montaña, lejos de ir con el mote de doctor, llevó en sus alforjas pastillas y purgantes para los chavalos barrigones del campo, y se presentó como curandero, y así se fue haciendo brecha. Además de ser curandero era comprador de ganado y de cerdos, pero sin reales. Les ofrecía comprar a precios completamente bajos y ningún campesino es baboso. No le vendían los animales.

Así comenzó a abrir brecha, a conocer a los Capitanes de Cañada y los Jueces de Mesta, que eran lo peor de la Guardia. Eran los encargados de vigilar metro a metro en el monte.

Los campesinos ya estaban despiertos. En 1964, ya estaban despiertos. Había sindicatos fuertes en el campo, líderes campesinos, y también los sobrevivientes de la lucha de Sandino y muchos descendientes de la generación de Sandino. Eso también lo fue descubriendo Rigoberto poco a poco. Pero buscaba además a los agüeristas. Fueron encontrando y seleccionando a los sobrevivientes de Sandino.

Además, la miseria, el hambre, la quema de ranchos, las torturas, los desaparecidos, eso era un caldo latente para los campesinos.

Selim Shible

(El FSLN tenía una casa de seguridad en una colonia militar, por el antiguo Aeropuerto Xolotlán en donde hoy está el INETER).

A nadie se le hubiera ocurrido que una casa clandestina del Frente Sandinista estuviera en una colonia militar. ¡Así era esa casa!, que daba culillo, efectivamente. A mí me llevaron a esa casa y estaba sin gente, y me dejaron ahí.

Me dijeron: –Bueno, aquí vas a vivir, van a venir unos compañeros. Cuando fui a revisar la casa, me di cuenta que ahí había de todo, armas y hasta explosivos, porque parece que ahí estaban concentrando las últimas cosas para Pancasán. Incluso, muchas de las cosas que yo había comprado las miré en esa casa. Llegaron compañeros a hacer reuniones y todo; pero un día amanecieron con un compañero que le decían “Mustafá”. Ese es el seudónimo del Selim Shible que yo conocí.

Entonces, a mí me lo presentan: –Este es “Mustafá”, se va a quedar aquí con vos; tenés una gran responsabilidad, este hombre no puede sacar ni la nariz a la sala, mucho menos salir a la calle. Nosotros hablamos y conversamos bastante.

Al día siguiente, por cuenta, pensó que yo, como mujer, iba a hacer todas las cosas de la casa, y que él se dedicaría a lo que tenía que hacer.

Yo me levanté y le golpeé la puerta diciendo: – ¡Bueno, entre los dos vamos a hacer las cosas! Pero nada que se levantaba; entonces abrí y le dije: – Mire, ¿y usted qué piensa, que vino aquí a dormir?

Fue divertido porque no nos peleamos, no discutimos, pero nadie daba su brazo a torcer. Como a las once de la mañana pregunta: – ¿Ya desayunaste?

Yo, sí –le digo. –Pero ni siquiera te oí en la cocina. –Fácil, bebí leche con pan; ahí está la tuya, andá buscala. Pero bueno, yo me imaginaba que vos sabés cocinar –me dijo. Ah, no, te jodiste, yo no sé cocinar –le contesté.

Y les cuento que fue muy bueno que hayamos aclarado las cosas desde el primer día, porque saboreé una comida riquísima. Ese día almorzamos como a las tres de la tarde. Todo habían comprado, ya venía todo listo, pero nadie preparaba la comida, ni él ni yo.

Entonces, como a las dos de la tarde, dice: –Bueno, yo no voy a aguantar hambre. Y yo me dije, voy a esperar que cocine sólo para él. Pero no, demostró que efectivamente éramos hermanos y cocinó una comida riquísima, pero no creía que yo no sabía cocinar; entonces acordamos que yo haría la limpieza y él cocinaba.

¿Sabés armar bombas? –me preguntó. –Qué voy a saber ni mierda. – ¿Y así estás aquí?, qué fuerte que sos. Pues, sí –le digo. Porque yo me andaba asomando en todo lo que él hacía. –No, no, aquí no podés estar vos en estas condiciones. Y me comenzó a enseñar. Pero un día me dice que no puede cocinar porque tiene mucho qué hacer, y acepto cocinar, pero el arroz  me quedó horroroso.

Entonces vino él, agarró unas latas que estaban en la basura, les abrió hoyos, echó el arroz y lo enterró en el patio de la casa. – ¿Qué estás haciendo? Enterrando una bomba que vos hiciste –me dijo.

“Mustafá” era un joven muy disciplinado y siempre andaba con su arma preparada. El tiempo pasaba y un día me dice que tiene que ir a hacer un volado. No –le digo, porque tengo órdenes de no dejarte salir. Discutimos y al fin cumplió la orden de quedarse en la casa.

En ese tiempo yo ya había parido, entonces me puse a pensar: hombre, mirá vos, es chavalo, hay una convivencia en una casa, y digo, ¿el problema de este hombre no será otra cosa? Yo creía que iba a buscar su mujercita.

Por supuesto, hombre, y de pronto yo no le doy a entender eso, sino que le digo: –Mirá, yo te puedo permitir que salgás, si venís cronometrado en tanto tiempo. Entonces él puso una cara de felicidad, y me dice que sí, y yo de irresponsable.

Pero esas horas que él pasó afuera, yo estuve pegada a la puerta y al radio; cuando de repente escucho el piripipí de la radio informando que, en la gasolinera que estaba frente a la Confederación General de Trabajadores, un solo hombre, con una bomba molotov en la mano, tenía parqueada a la Policía, con la amenaza de que si lo agarraban, se destruiría todo el barrio, porque haría explotar la gasolinera. A mí no me quedó la menor duda de que era él. Es decir, el arrojo, además la inteligencia y lo veloz. Efectivamente, no lo capturaron y llegó a la casa.

Llegó después del tiempo estipulado, y en cuanto llegó le digo: –Mirá hijueputa, yo acabo de oír en la radio esto y esto. Y él de lo más tranquilo, en carcajada limpia. –Pero aquí estoy, yo ya cumplí. Además, estaba feliz, feliz, pero con tan mala suerte, que como a los dos o tres días me dice que no usáramos el mismo inodoro.

– No jodás, ¿te pegaron? No te pegó la Guardia y te pegó una mujer, ¡jodido!

Yo ya había estado presa cuando la marcha campesina (en 1964). Me capturaron y estuve presa, y pasé ocho días en huelga de hambre. Habíamos participado en una gran marcha a pie, desde Juigalpa hasta Managua, para denunciar las barbaridades que el gobierno somocista hacía a los campesinos. Fue una marcha nacional.

Carlos Fonseca

En la casa de seguridad, el que más se movía, el que parecía hacendado, era Efraín Sánchez Sancho (que años después fue expulsado del FSLN). Yo había estado haciendo compras en diferentes lugares, y dejando cosas en diferentes lugares, lo que me hacía pensar que todo eso se iba ocupar en la montaña; pero no pensé que yo iba a estar metida de lleno.

Sin embargo, cuando se me planteó integrarme de tiempo completo, yo ya tenía dos hijos, y una madre semi inválida. Entonces pedí hablar con Carlos Fonseca, porque yo no me quería morir sin antes conocerlo.

Carlos era un mito, una cosa increíble. Le conocías por todo lo que decía el enemigo, y le conocías por todo lo que los compañeros contaban de él, pero vos tenías una ansiedad de conocerlo; y yo dije que si me iba a dedicar tiempo a completo, seguro el 99.99 por ciento es de muerte, por lo tanto, no me podía morir sin antes conocer a Carlos.

Después, cada vez que me citaban a un contacto, resultaba que no era Carlos. Llegó un momento en que me dije: “bueno, hijuelagranputa, ¿qué tengo que hacer para conocer a Carlos?”.

Pero llegó un momento que sí pues, que me dijeron: –Montate y no mirés para atrás. Pero yo miré para atrás, por el espejo retrovisor y ¡qué felicidad!: Era Carlos.

No le vi el color de los ojos, pero sí los anteojos culo de botella, además la estatura y una serie de cosas que inmediatamente te dabas cuenta que era él. Era una cosa impactante. El vehículo seguía corriendo y nadie hablaba, pero de repente él me comienza a preguntar por mis hijos. ¿Por mis hijos?, digo yo.

Pero es que yo iba pensando, a la gran puta, o me llamaron para felicitarme por algo bueno que hice, o para castigarme por algo malo que hice, o para expulsarme; pero por mí se jodieron, porque soy yo la que decido. Creo que de repente me puse como a la defensiva, sin esperar de dónde venían las cosas. Sin embargo, todo se me cayó, porque lo primero que hizo fue preguntarme por mis hijos, que si era cierto que tenía dos hijos, que si era cierto que el padre de mis hijos era irresponsable, que si era cierto que mi madre era semi inválida.

Y sí, era cierto que el padre de mis hijos era un borracho. Cuando yo le dije que sí, me dijo: – ¿Y vos no crees que también sos irresponsable? –No, fíjese que no, porque yo estoy pendiente de mis hijos, porque además mi madre es la abuela de todo el barrio, y mis hijos se pueden quedar sin comer estando conmigo, pero nunca estando con mi madre.

Entonces pedí que me dieran quince días para ser la mejor hija y la mejor madre, y me dieron un mes. Y en ese mes fui la mejor hija y la mejor madre, y hasta le dejé un poema a mi madre, que ahora que lo veo digo, ¡que bárbara! Yo lo hice pensando en prepararla para cuando le dieran la noticia de mi muerte, pero fui muy cruda; aunque le debe de haber servido a mi madre para fortalecerse y entender mi decisión. Entonces fue cuando ya me vine directamente a terminar de hacer lo que tenía que hacer, y meterme a esa casa.

Pancasán

Todas las cosas que había en esa casa se fueron para la montaña conmigo, además, yo llevaba el informe de la ciudad al monte, y se me ocurrió ponérmelo en la barriga envuelto en plástico para que no se deshiciera. Y eso me sirvió de mucho porque aparentaba ser una mujer panzona.

Van Daniel Ortega, Efraín Sánchez, quien conducía el jeep, Víctor Manuel Guillén, seudónimo Eulalio, y Denis Ortega, conocido como Chico Chiquito.

A la salida de Managua, la Guardia estaba parando los vehículos y, de repente, miramos un vehículo que venía a toda mierda detrás de nosotros y “Payín”, Efraín Sánchez Sancho, que era el conductor, también salió tirado; pero se fija y se parquea, porque era Selim el que venía. Me traía unas botitas que se me habían quedado y me dio las últimas recomendaciones.

Él me había preparado un poco en explosivos, en arme y desarme, pero sobre todo en fortaleza moral, porque él sabía que no había mujeres en la guerrilla y sabía que así como habíamos tenido discusiones fuertes, así también podían pasar muchas cosas. Pero resulta que había una gran fila donde estaba registrando la Guardia, y entonces se me ocurre bajarme y decirle al señor guardia que nos vaya a registrar porque yo ando panzona, y que ya no aguanto.

El guardia llegó a registrar el vehículo. Yo le pido al guardia que por favor sea rápido porque ya no aguanto. Nosotros llevamos armas metidas en escobas y en los botes de pintura iban los tiros.

Entonces el guardia sólo vio y preguntó: – ¿Y ustedes para dónde van? Para Washington –le digo, pero yo no sabía que existía una hacienda que se llamaba así. Pero “Payín” le dice: – Para Washington, yo soy el dueño de la Washington. Entonces, va de viaje –dice el guardia. Y pasamos.

Pero después, en una gasolinera, nos tuvimos que parquear, porque le faltaba agua al radiador y se estaba quemando el dichoso chunche, y ahí me doy cuenta que el vehículo destartalado no servía para nada.

El accidente

(Nota redactada por la periodista Margine Gutiérrez: Ya empezando a ingresar a la montaña tuvieron un accidente. El vehículo se fue de retroceso hasta llegar a parar a un guindo donde un árbol los detuvo. Denis Ortega resultó con ocho heridas en su brazo, Eulalio lesionado en una pierna, Daniel y Gladys ilesos. A esa hora se pusieron a sacar las mochilas, los alimentos y los fusiles y Daniel ordenó dejar ir el yip al fondo del precipicio. Esa noche, Ángel Martínez les dio refugio y los heridos fueron curados, pero Denis Ortega se estaba desangrando por lo que Daniel Ortega y Efraín Sánchez debieron regresarse a Managua a buscar como curarlo.

Finalmente, Eulalio se recuperó. Junto con Gladys Báez y Ángel Martínez se dirigieron al campamento guerrillero. Gladys se había escondido en la panza toda la documentación que llevaba. Parecía que estaba embarazada, lo que le resultó un disfraz perfecto cuando en el camino se encontraron, en sentido contrario, con cinco guardias a caballo que traían a un grupo de seis campesinos amarrados entre sí. Estos campesinos se conocían con Eulalio y Ángel, pero guardaron silencio cuando al ser inquiridos por los guardias Eulalio dijo que era carpintero y que iba a la Hacienda La Washington a hacer unos trabajos. Ángel era su ayudante. Los guardias siguieron su camino con los campesinos amarrados

La guerrilla se movía bastante. Cambiaban con frecuencia el sitio donde emplazaban un campamento. Estando instalados cerca de uno de los afluentes del río Upá, en una elevación, Carlos, Silvio y Francisco Moreno empezaron a sentir escalofríos y fuertísimos dolores de cabeza. El antiguo visitador médico, Tomás Borge sospechando de un paratifus les recetó cloranfenicol. Pero, de todas formas, mandaron a buscar al Doctor Sócrates Flores, quien además de curarlos les llevó información sobre el acontecer político del país, especialmente el de la UNAN.

Un día de tantos detectaron que uno de los campesinos más jóvenes, recién incorporado a la guerrilla, había desaparecido. Fueron a buscarlo a su casa y su madre pidió que lo perdonaran pues tan solo tenía catorce años. Carlos se quedó callado, pero inmediatamente dijo “está bien, déjenlo”. El muchacho devolvió el revolver asignado y luego se integró a la guerrilla de Zinica, donde cayó combatiendo con un grupo de jueces de mesta. La siembra de Carlos y de la guerrilla de Pancasán estaba fructificando.

Germán y Tomás fueron enviados por Carlos a El Bálsamo, cerca de Cerro Colorado. Esto quedaba muy lejos de Fila Grande. Estando allí, los campesinos los llevaron a una gran cueva que los protegía de la lluvia pero que, según Germán Pomares, era una trampa mortal. Allí se estableció una escuela de entrenamiento en la que había hombres y mujeres para un total de 14. Se les enseñó como hacer emboscadas de hostigamiento y de contención, la táctica para aniquilar pequeñas y grandes unidades, la estructura militar del enemigo, montaje y desmontaje del garand, de la subametralladora M-3, de la carabina M-1 y M-2, de la pistola 45, de la browning.

Tomás Borge recuerda: “Fue, con exactitud, en ese lugar, donde una mañana diáfana Carlos nos dijo, también enséñenles a leer”.

Carlos Reyna dio clases de primeras letras en La Chonta, Castillo Blanco y El Bálsamo. Sus alumnos eran varias decenas de todas las edades, la mayoría de la familia Ochoa, colaboradores de la guerrilla que fueron imprescindibles para el FSLN. De ellos dice Tomás Borge, que se ganaron “el derecho de pasar íntegros a la historia de la colaboración con el FSLN”.

En el campamento Sisimique, lugar seleccionado por Pablo Úbeda, se organizó otra escuela de entrenamiento militar, en la que Carlos Fonseca se entrenaba como cualquiera. En este mismo campamento se planificó el asalto al Cuartel de Matiguás, luego de analizar el tiempo para llegar, la distancia, el entrenamiento y el número de guardias enemigos.

Cabe señalar que, durante todas estas marchas, Carlos Fonseca el máximo jefe guerrillero cargaba unas enormes mochilas por lo que una vez Eulalio se ofreció a ayudarlo y en otra, Oscar Turcios le propuso compartir la carga. Carlos se negó rotundamente. Eulalio respondió que si no quería ayuda era porque no pesaba. Carlos le pidió que la levantara y la mochila pesaba más de cien libras.

La columna guerrillera estaba dispersa cuando la guardia detecta la presencia guerrillera. Silvio Mayorga se había trasladado con un pequeño grupo para almacenar alimentos y ropa. Otros, estaban en la finca de la familia Rodríguez, cerca de Matagalpa.

A Francisco Moreno, que iba en el grupo de Silvio, se le cayeron algunos tiros que fueron encontrados por unos guardias, que ya habían sido alertados por unas cortadoras de café que antes vieron pasar a hombres extraños.

El enemigo entró por Matiguás, entonces Germán Pomares, Narciso Zepeda, Eulalio, Denis Ortega y Tomás, que estaban en Fila Grande, se dirigen hacia donde están Carlos, Silvio y Daniel Ortega.

Nadie sabía nada de Silvio y su grupo. Entonces mandan a Eulalio y Fausto Heriberto García a buscarlos con un mapa y una ruta de regreso. Mientras tanto Carlos ordena a Daniel regresar a Managua con Leopoldo Rivas que estaba enfermo.

Daniel que, a esas alturas, ya había ido y venido de Managua a Pancasán más de cuatro veces se resistía a irse porque prefería compartir la suerte de los que se quedaban).

 

En la guerrilla de Pancasán

(Continúa Gladys Báez) Después de ese trágico accidente, una gente se regresó, se trajeron a “Chico Chiquito”, porque tenía ocho heridas en un brazo, y yo me quedé con “Eulalio”, quien tenía un hoyo en una pierna. No podía caminar, pero nosotros decidimos que, como no le había tocado el hueso, no era grave. La gente que baja a la ciudad informa que nos quedamos en el monte con todas las cosas, pero en realidad nosotros nos tuvimos que salir de esa zona. Eso fue a finales de marzo de 1967.

En principio ya los compañeros estaban advertidos de que yo no iba a cocinar ni a lavar, sino que me consideraba una militante con iguales derechos e iguales obligaciones. Además, que necesitaba aportar igual que ellos, pero fue difícil aceptar.

Quiero hablar un poco de Silvio Mayorga, porque nosotros pasamos más de un mes perdidos en la montaña con “Eulalio”, y cargando las cosas que logramos recuperar del jeep accidentado. Silvio Mayorga nos pasó al otro lado, porque nosotros mandábamos todos los días a ver qué hacía la Guardia.

Por suerte el jeep quedó en un abismo y la Guardia dijo: –Aquí, si hubo gente, se la comieron los zopilotes. O sea no profundizaron, no fueron a ver marca ni nada; pero aun así nosotros tomamos precauciones, y unos sindicalistas que conocía “Eulalio” nos llevaron a donde una familia, más al centro de la montaña.

Después de estar perdidos casi un mes, nos dieron por muertos o por desaparecidos. Nuestro objetivo era evadir los encuentros con la Guardia y luego acercarnos lo más que pudiéramos al lugar. Hubo euforia cuando llegamos a la hacienda La Washington. “Eulalio” se desplazó a encontrar contacto, y después fue a buscarme para ir al campamento guerrillero, donde hubo una alegría increíble de parte de los compañeros, que hasta pusieron los fusiles en forma de arco para que pasáramos.

La mascota de la guerrilla era el Chelito Moreno, quien tenía como seudónimo “Hernán”. Cuando vio una de las armas, le dijeron que la había usado Julio Alonso Leclaire; entonces él cargaba esa arma. La culata del Springfield había sido hecha por los campesinos en madera tosca y pesaba como todos los diablos. Sin embargo, él la cargaba por la mística que tenía. Además, dijo, con esta arma le voy a quitar un Garand a la Guardia; hasta que encuentre el Garand, yo dejo esta arma. Por el valor que significaba un fusil que había usado Julio Alonso.

Y vos sabés que en camino largo, hasta el sombrero pesa; sin embargo, el Chelito Moreno también cargaba libros para leer y enseñar a leer. Eso era increíble.

En ese tiempo Silvio estaba muy enfermo. Estaba en una hamaca con paratifoidea, y resulta que yo llevaba una pomada que hacía la mamá de Silvio, para los muchachos, y no se imaginó que quien iba a usarla era su propio hijo. Era una mezcolanza de una serie de mejunjes con mentolato, pero ella decía que era bueno para todo y, efectivamente, servía.

Yo llevaba en mi mente, ya que era la primera mujer en la guerrilla, el reto de que de mí dependería la integración de más mujeres a la montaña. Entonces, todas las peripecias y demás cosas, si las pasaba bien, iba a provocar que hubiera más participación. En la montaña, la jodarria de los compañeros era que yo no servía para nada, que la Guardia nos iba a matar porque yo no podía caminar al paso del mejor.

Una madrugada, cuando apenas comenzábamos a poner las hamacas calientes en medio de tanto frío, nos levantaron, porque dos campesinos se habían ido y había que abandonar el campamento. Dieron la orden de salir, y que había que dejar limpio el campamento. Aquello era todo un ajetreo.

Cuando está todo listo, y estamos en formación, se paran frente a nosotros Carlos Fonseca y Silvio Mayorga, y nos dicen que era la oportunidad de que el que no creyera en el triunfo, el que tuviera problemas familiares, debilidades o miedos, que era normal tenerlos, que diera un paso al frente.

Hay gente que dice, yo nunca tuve miedo. Pero era normal tener miedo. Hubo silencio total y pensé, todos dicen que la que me voy soy yo. A lo mejor yo me quería ir y estaba tratando de justificar. Pasó el tiempo estipulado, y miré a Carlos gotear lágrimas de emoción. Nadie se iba.

Cuando ordenaron romper filas, comenzó de nuevo la jodedera, y alguien afirmó: “– ¡Era la “Adelita” -mi seudónimo- la que se iba! ¡Yo la miré levantar el pie y lo volvió a poner en el mismo punto!”.

Se me comenzó a subir el mal humor que me caracteriza y les digo: – ¿Cuál es? si yo, al venir aquí, sabía a lo que venía. Pero cuando Carlos vio que la discusión se calentaba, dijo: – Nosotros estábamos frente a ustedes mirando la reacción de todos y, ¿saben qué pasó?, que nadie se fue porque ella no se fue.

Resulta que me encuentro con Oscar Danilo Rosales y con Óscar Turcios, pero yo estaba muy enferma, con paratifoidea y otros parásitos; y Oscar Danilo plantea que me saquen, porque de lo contrario, en esas condiciones no voy a poder. Es decir, ya habían pasado algunas escaramuzas, antes de los combates, pero ya la Guardia estaba entrando de lleno.

A Silvio Mayorga le tocó enseñarme a caminar en la montaña y a orientarme, y en un receso le pregunté: –Dígame, para usted ¿qué cosa es la Revolución?, y no lo que dicen los libros y los grandes pensadores, sino, así, sencillamente. Y efectivamente eso fue lo que me dijo: –La Revolución es como un tren en marcha. Eso es lo que dice el mausoleo donde están los restos de Silvio.

Quiero decirle a la juventud de Nicaragua, al pueblo nicaragüense, a los obreros, a los campesinos, a los estudiantes, que yo quisiera que esta Revolución se siga nutriendo de esa juventud, se siga nutriendo de esa clase trabajadora, se siga nutriendo de ese pensamiento revolucionario, de ese conglomerado de valores revolucionarios, y que sigamos adelante; que tengamos fe y esperanza en el futuro, que el futuro es nuestro y que, en definitiva, sólo el Frente Sandinista de Liberación Nacional puede darnos a todos y a todas lo que anhelamos.

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