Puede uno preguntarse qué habría pasado si el presidente de Nicaragua (o el de Cuba, Venezuela, México o Argentina) hubiera recomendado, públicamente, a su gente que tomara detergentes y se inyectara desinfectantes para prevenir el covid-19. Les habría caído el diluvio universal y no hubiera habido límites al escarnio y condena interna e internacional, con toda la razón del mundo, dicha sea de paso.
Por Augusto Zamora Rodríguez
Pero esa salvajada (no merece otro adjetivo) la dijo el presidente de EEUU, señor Donald Trump, y las derechas del mundo callaron como bellacos, entre ellas la deleznable oposición nicaragüense. La razón de ese silencio obsceno es simple: no se muerde la mano que da de comer, aunque sea una mano envenenada. Eso sí, tiempo les falta para difundir bulos y fake news para desacreditar al gobierno sandinista, frustrados y ardidos como están porque, en Nicaragua, los casos detectados son mínimos. Hace dos meses, vaticinaron a los cuatro vientos que, a mediados de abril, habría miles de infectados y centenares de muertos y no ha ocurrido ni lo uno ni lo otro.
Llevo 43 días confinado en Madrid, pues tuve la mala suerte de que la pandemia me agarrara aquí y ya no pudiera salir huyendo de lo que se venía. Sé el horror que se ha vivido, con los hospitales saturados de enfermos, los ancianos muriendo por miles en residencias de mayores y el país reclutando a estudiantes de último año de medicina y a médicos y enfermeros jubilados para hacer frente a la pandemia. Nada de eso ocurre en Nicaragua. Simplemente quería contarlo, como acto de justicia al inmenso esfuerzo que, desde 2007, viene haciendo el gobierno sandinista por la salud de la población.
Nicaragua tiene uno de los porcentajes más altos en gasto social y una de las más amplias infraestructuras de salud de nuestra Latinoamérica, donde la atención y las medicinas -por pocas que sean- son gratuitas. No es accidental el poco impacto del covid-19 en el país. Es resultado de un esfuerzo sostenido por la medicina preventiva, las brigadas de salud, la visita casa por casa para enseñar a la gente cómo guardarse del virus.
El país es pobre por efecto acumulado de la guerra impuesta por EEUU en los años 80, el bloqueo que sufrió la revolución sandinista y el brutal saqueo de que fue víctima el país entre 1990 y 2006, un saqueo tan escandaloso que hasta se robaron los rieles del ferrocarril. Pero hoy ese país produce el 80% de sus alimentos, se autoabastece de granos básicos, lácteos y verduras y nadie se muere por no poder pagar un médico o un hospital. Ahora hay en marcha una gigantesca campaña de vacunación, que abarca a más de un tercio de la población. Todo gratuito. En esas estamos y en ese compromiso seguimos.
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