Mi alegría aquél 19 de julio de hace 41 años

A la memoria del compañero Jacinto Suarez, de quien tanto aprendí.

Por María Luisa Robleto Aguilar, embajadora de Nicaragua en Chile

El 17 de Julio de hace 41 años, estaba en Boaco, Nicaragua, mi ciudad natal. La noche anterior, habíamos estado hasta muy tarde "pegadas escuchando bajito" la radio Sandino. Ya estaban tomadas varias ciudades importantes y en la ciudad de León estaban Tomás y Daniel.


Cerca nuestro, en Camoapa, a menos de 30 kilómetros, el Frente Sandinista tenía tomado el poblado y estaba al frente el compañero Alfonso García. Hasta allá habían caminado refugiándose un puñado de los muchachos sandinistas del pueblo.

Teníamos esperanza que el triunfo estaba cercano, pero también sentíamos miedo, la dictadura había sido feroz. En la familia teníamos acordado un plan si debíamos salir por fuerza mayor de la casa o de la manzana. Sabíamos que, si atacaban el comando de la plaza, era muy peligroso quedarnos. Sumábamos en total 4 niños tres mujeres y un adulto mayor, en el camino nos encontraríamos con más personas vecinos y familia. Teníamos mochilas de ropa, agua y comida y una ruta hacia Saguatepe.

Mi casa está al frente de la casa cural y a una cuadra del comando del Ejército y la Policía. El comandante de la Plaza vivía a media cuadra, en su tránsito al trabajo se le veía transitar por la calle, junto a sus guardaespaldas. Las relaciones entre toda la comunidad siempre fueron civilizadas de tal manera que en el patio de mi casa jugaban todos los niños del vecindario.

Mi familia siempre fue opositora a la dictadura, por las dos ramas. Conservadores de toda la vida. Las hijas, sin embargo, fuimos desertoras desde la masacre del 22 de enero y el pacto del Kupia Kumi y consecuentemente adherimos al sandinismo. Producto de esto a los hijos del coronel se les prohibió ir a jugar con mis sobrinos.

Mi papá, cada vez que el comandante pasaba por la calle decía, ahí viene "El Lobo de Gubia", parafraseando el bautizo que una señora popular del pueblo le dio muy acertadamente. Así San Francisco de Asís y Rubén Darío se hicieron presente, en clave, en medio de tanta barbarie.

Sin saber mi padre, que administraba una funeraria, también fue colaborador de la insurrección pues en sus ataúdes se escondieron bombas de contacto fabricadas por los muchachos sandinistas del pueblo y también en su casa se planifico la Defensa Civil.

Una vez se vendieron unas cajas y como nunca las hijas atendimos a la clientela pues solo nosotras sabíamos dónde estaba la huaca escondida. Finalmente entregamos las bombas a través de los seminaristas de la casa cural y creo que tampoco el padre supo nunca que ellos estuvieron involucrados.

 Al alba de ese día 17 julio, mi vecina que tiene aún su tienda, abrió su negocio como todos los días. Se sorprendió al encontrarse con un soldado raso que borrachito le pedía dinero por su rifle y a cambio también ropa de civil de su esposo. Ella lo dejo entretenido con un café y un bollo de pan y nos llegó a tocar la puerta avisándonos que la guardia estaba desertando.

Corrimos a avisarle al Padre Juan, de la deserción. Era el descontrol mismo pues escasos minutos antes "El Lobo de Gubia" mayor había huido de Nicaragua junto a sus secuaces. La noticia corrió de boca en boca por todo el país, y en nuestro pueblo la preocupación eran los presos políticos que estaban encerrados en la cárcel. Se dijo que la Guardia iba a dejar dinamitado el cuartel.

El parque del pueblo se empezó a llenar de gente desde media mañana. La Iglesia y la Cruz Roja recibían guardias rasos que buscaban amparo. Los sandinistas buscábamos ropa para que se cambiaran y entregaran sus armas. Su desamparo era terrible pues lloraban al sentirse abandonados por la oficialidad. Todos sabíamos que la pobreza y marginalidad los había forzado en muchos casos a alistarse a la Guardia.

Así nos dieron las dos de la tarde y empezaron los camiones a alinearse para salir con las tropas y la desbandada final de la Guardia era un hecho consumado.

Los que conocen mi casa saben que desde la acera se podía observar todo, como si se estuviera filmando la escena de una película. Hasta se atrevieron a sacar sillas mecedoras afuera. Yo me senté en el quicio de gradas de una de las puertas.

Esto duró hasta que un soldado, no alcanzó a subirse a un camión y desesperado empieza a disparar primero al aire y después a los que no lo dejan subir a un camión, hiriendo a una mujer que avanza por la acera del dispensario de la iglesia. Otros soldados desde otro camión le disparan y lo matan, ahí mismo como a un perro.

Todas las mujeres y hombres que mirábamos la escena en las calles y en el parque nos tiramos al suelo ante la balacera. En medio de la trifulca salieron los camiones, los soldados saltaban de ellos y la gente les gritaba que se metieran a la Iglesia o a la Cruz Roja.

Después vino la liberación de los presos y la búsqueda de los archivos de la Guardia. La emoción por la liberación de los presos y la alegría de las familias ya no la viví pues se decidió que ante la imposibilidad de avisar a Alfonso García que estaba al mando de Camoapa, a través de la radio del Banco Nacional, que Angelita Aguilar –mi hermana Umanzor– y yo nos fuéramos en su camioneta a dar el aviso personalmente. Se pedía que avanzaran las columnas guerrilleras sobre Boaco de forma urgente.

Salimos de Boaco a las 4 o 5 de la tarde y en el camino no nos topamos con ningún vehículo. Al llegar al primer retén todavía había luz y nos preguntan la contraseña, que por supuesto, no sabíamos. Yo me bajo y les grito que no disparen que venimos de Boaco a darle un mensaje al compañero Alfonso García de parte del responsable político de Boaco. Nos salen a abrazar y nos llevan donde Alfonso, le damos el recado. Nos dicen que no nos regresemos de noche pues es peligroso que todo se hará a primera hora de la mañana.

Angelita y yo nos vamos donde Rodolfo Mena Robleto y su esposa Lesbia Mejía. Sus seudónimos eran Luciano y el de ella Perla. ¡Qué alegría más grande ese encuentro! Estaban también Oscar y Lesbia, ¡nuestros amigos más queridos habían sobrevivido! Esa noche nos comimos los frijolitos cocidos con crema, queso y tortillas recién hechas más ricos de la vida.

Al amanecer nos regresamos para Boaco. No pudimos dormir conversando de todo y salimos a encontrarnos con los muchachos guerrilleros del pueblo, amigos de toda la vida; Juan Miguel, Bruno, Luis Napoleón, José Luis... y muchos más que aún recuerdo barbudos y pelo largo.

En Boaco, toda la noche mis hermanas pasaron diciendo a mi papá que estaba con Angelita en la Cruz Roja ayudando a Don René Lacayo. Ese día, lo vivimos como si fuera toda la vida.

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