La delegación de Nicaragua que viajó a Rusia para participar en conversaciones bilaterales e intervenir en la conferencia sobre poscolonialismo fue muy bien recibida. La visita se vio realzada por la entrega de medallas de la amistad a Laureano Ortega – infatigable tejedor de intercambios políticos, comerciales y culturales entre ambos países – y a la embajadora de Nicaragua en Moscú, Alba Torres.
Por Fabrizio Casari
Los honores consagran en un acto afectuoso lo que, desde los años ochenta, ha caracterizado las relaciones entre Moscú y Managua: una profunda solidaridad, una visión coincidente en diversos temas de la agenda política internacional, una búsqueda de más y mejor cooperación concebida en beneficio mutuo y confianza recíproca.
Ambos son indiferentes al acoso que esta relación provoca en los pasillos del Pentágono y de la Casa Blanca. Porque la soberanía y la independencia de un gobierno también se miden por su capacidad de elegir qué beneficia y qué perjudica a su propio país, qué se prevé a medio y largo plazo y qué repercusiones puede tener, qué armonía y convergencia son posibles a pesar de las evidentes diferencias estructurales.
Ya durante la primera etapa de la Revolución Popular Sandinista, el sandinismo encontró en el socialismo de Europa del Este, como en el socialismo cubano, un apoyo fundamental en su batalla contra la guerra que le impuso la Administración Reagan, que veía en el embargo de mercancías, la prohibición de préstamos internacionales, la guerra diplomática y mediática, las operaciones terroristas y la guerra a gran escala, la única forma de hacer frente a Managua. Para Nicaragua, que resistió y venció pagando un alto precio de sangre, de dolor, incluso de consenso político, no habría habido escapatoria sin el apoyo internacional del campo socialista y de la maravillosa y nunca domesticada Cuba.
Y esto, al neto de todas las interpretaciones históricas posibles, marcó un hito para el sandinismo, acostumbrado a dar amor cuando recibe amor y a ir a la guerra cuando recibe guerra. En esta simetría sentimental, antes que política, Managua se adhiere por completo a su Comandante de siempre: aborrece el arrepentimiento, el oportunismo, el cambiar de bando según conveniencia; reconoce a sus amigos y a sus enemigos, valora a quienes, aún en las peores condiciones, han sabido mantenerse firmes a su lado y no se deja engañar por los profesionales del saltimbanqui, a quienes les gusta leer la realidad de ayer con los ojos de hoy para exaltar a los nuevos amigos que antes llamaban enemigos.
Por tanto, en Moscú no se ha tratado sólo y exclusivamente de la
firma de nuevos contratos comerciales que reportarán beneficios de otro
orden y grado (aunque muy importantes); ni sólo de la ampliación de la
colaboración técnica y militar (aunque estratégica); ni sólo de un mayor
apoyo a las demandas políticas recíprocas (aunque necesario). Es todo
esto y mucho más; compartir un camino que hoy, más que en ninguna de las
etapas anteriores de la historia de las relaciones bilaterales entre
Moscú y Managua, ve a los dos países empeñados en una batalla común: la
de un Nuevo Orden Internacional Multipolar.
Ambas capitales apoyarán esta batalla en todos los foros internacionales
y no sólo en las relaciones bilaterales. Lo ven como un objetivo a
alcanzar para un planeta que necesita respirar un aire libre y no solo
puro, para una humanidad que siente la necesidad de restablecer la
aplicación del Derecho Internacional y que alberga la esperanza de una
redistribución de la riqueza mundial.
Una nueva idea de la organización del comercio internacional, que
vuelva a poner en el centro el valor de uso y las condiciones justas en
los intercambios, que rediscuta en clave funcional para todos cuánto,
que decida qué, cómo y dónde producir, y que ponga fin al saqueo total
de los recursos del Norte contra el Sur y el Este del mundo, que se
define, con un discreto sentido del humor, como el “libre mercado”.
No hay mercado ni libertad cuando uno de los actores impone la
desestabilización internacional permanente a costa de quienes no
entregan sus bienes a la cleptocracia de Washington; cuando el dominio
mediático se garantiza también saboteando y bloqueando las fuentes de
información alternativas, cuando su modo relacional con el resto del
mundo se basa en bases militares, sanciones económicas y guerras para
asegurar su prevalencia en todo momento. Cuando se desencadenan crisis
locales y mundiales para debilitar financiera y políticamente el
crecimiento de los países emergentes.
Estados Unidos pierde amigos
Como también señalan en sus escritos muchos analistas estadounidenses
independientes, la desvinculación de la mayoría de los países
emergentes y de todo el Sur global de la opresiva alianza estadounidense
ya no es un ejercicio de naturaleza ideológica, sino que se ha
convertido en una desvinculación forzosa para permitir la supervivencia
de gran parte del planeta.
Un planeta que ha sufrido, y sigue sufriendo, el crecimiento desigual y
la falsa narrativa de los acontecimientos, lo que sin embargo no ha
impedido la difusión de las verdades más evidentes. A saber, que en el
despliegue máximo del poder del capitalismo financiero y tecnocrático y
de su supremacía militar, la dominación unipolar total ha producido las
mayores crisis económicas, los mayores desastres ambientales y las
mayores injusticias sociales y consecuentes crisis migratorias que la
historia de la humanidad haya visto jamás.
El Occidente anglosajón se harta y el resto del mundo paga la factura
Incluso en el resto del continente latinoamericano está ocurriendo lo
que parecía impracticable: Brasil, siguiendo el ejemplo de Arabia Saudí e
India, ha decidido acabar con la dictadura del Dólar y escapar del
chantaje permanente de Estados Unidos que utiliza su divisa como
garrote. Así, Brasilia venderá su petróleo a China y Pekín pagará en
yuanes. Ciudad de México nacionalizará su litio y Estados Unidos ya no
podrá obtenerlo tan libremente como antes.
En un plano estricta y formalmente político, la distancia entre Brasil y Estados Unidos se midió en el contexto de la Cumbre sobre la Democracia promovida por Washington, a la que asistieron un centenar de países, aproximadamente la mitad de los 193 miembros de la ONU. Así que la mitad del mundo desde el punto de vista numérico, mucho más desde el punto de vista demográfico y más aún desde el punto de vista de la generación de riqueza, no considera importante sentarse con Estados Unidos para discutir no sólo el perfil ideológico del campo occidental, sino también el cómo, el dónde y el cuándo de la estructura de la gobernanza internacional. Se trata de una derrota política sin precedentes para Estados Unidos, que se suma a la que ya se produjo en el foro anterior, a finales de 2021, cuando Biden convocó a gobiernos amigos para tomar el pulso a la próxima guerra que se preparaba en Ucrania.
La derrota estadounidense en esta cumbre mide así también en números y
no sólo en políticas la crisis de consenso internacional para
Washington, que con la administración Biden ha intentado sobre todo
dotar de un disfraz ideológico más descarado a la política depredadora
estadounidense, hablando de democracia frente a autocracia al no poder
decir, como Trump, American First.
¿Y en qué idioma habla Estados Unidos cuando se dirige a América Latina?
A los países socialistas las amenazas habituales, pero con los demás el
tono es diferente? No parece. Sobresalen las amenazas abiertas de
guerra proferidas al gobierno argentino en caso de que confirme su
intención de adquirir de China un suministro de cazas de combate
terrestres y la tecnología e instrumentación necesarias para la
construcción de prototipos chinos en la Patagonia.
Amenazas descaradas que siguen a las palabras horribles hacia todo el
subcontinente, pero especialmente hacia Bolivia y Chile por parte del
Comandante en Jefe del Comando Sur de las fuerzas armadas
estadounidenses. Esto bastaría para responder a la pregunta sobre el
estado de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina que es
objeto de numerosos comentarios en los medios de comunicación europeos y
estadounidenses.
Por otro lado, hay que señalar que China se ha convertido en el mayor
prestatario del subcontinente y ha invertido más de 10.000 millones de
dólares netos en préstamos.
No ha apoyado ningún intento de cambio de régimen, no ha impuesto su presencia militar en la zona, no ha condicionado los préstamos a hacerse con la economía de los países deudores como garantía de la deuda. Y la firma de 20 países de la iniciativa china Belt and Road ha aglutinado los numerosos proyectos lanzados en el maxi plan de infraestructuras del gigante asiático y se está convirtiendo en un motor de crecimiento para garantizar el desarrollo económico de África y América Latina. Así que hacerse la pregunta de por qué los países latinoamericanos miran con interés la relación con China y Rusia parece una pérdida de tiempo, la respuesta es obvia.
Lo que está claro, por el momento, es que América Latina no participa en la cruzada de la OTAN por la dominación mundial de un imperio anglosajón que, con pasos lentos pero decisivos, se dirige ahora hacia el abismo. Después de todo, ¿por qué debería América Latina seguir la cruzada de la OTAN? Todo el subcontinente americano ha incrementado en las dos últimas décadas sus relaciones comerciales, políticas y diplomáticas tanto con Moscú como con Pekín, algunos incluso con Teherán.
La propaganda estadounidense habla de una penetración sigilosa, pero
en realidad no hay penetración, sino acogida y conveniencia. ¿Y por qué
debería ser diferente? ¿Por qué habrían de oponerse los cantores de la
prevalencia del libre mercado cuando lo eligen otros?
A América Latina no le interesa ponerse del lado de quienes la amenaza
contra quienes la ayuda. Y está claro, incluso para los ciegos, que el
juego del viejo orden colonial y el nuevo orden multipolar se desarrolla
en dos etapas: la primera en Ucrania y la segunda en Taiwán. El único
que no lo entiende, en todo el continente, es Boric, el presidente
chileno emulador de Lenin Moreno, cuya política no es más que una pagina
de la mortífera “agenda Biden”.
