Soberanía y las promesas rotas de la socialdemocracia


Las estructuras políticas norteamericanas y europeas experimentan una crisis de legitimidad que refleja su incapacidad de resolver los problemas económicas y sociales de sus sociedades. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial prácticamente todos los países de la Europa occidental adoptaron las políticas socialdemócratas de una economía mixta con un fuerte sector público para garantizar a la población la salud, la educación, el seguro social y la seguridad laboral. 

 Por Stephen Sefton, Radio La Primerísima

Aun en Estados Unidos se desarrollaba un fuerte sector público con el objetivo de garantizar un alto nivel de bienestar social. El motivo principal de mantener estos sistemas entre 1945 y 1990 era la necesidad de demostrar la superioridad del sistema capitalista para asegurar los intereses de las familias obreras y campesinas sobre el sistema político y económico de los países socialistas, especialmente lo de la Unión Soviética.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, los movimientos social-demócratas se diferenciaron de la ideología revolucionaria del comunismo al abogar por una gradual y progresiva reforma radical de sus sociedades y economías. Después de la Segunda Guerra Mundial, con el poder político realmente a su alcance, los partidos socialdemócratas propusieron programas menos radicales. Proponían una economía mixta en que se asignaba al gobierno central garantizar una mayor redistribución de la riqueza y una activa promoción de la igualdad socioeconómica. La idea era que el Estado iba a regular y controlar las actividades del mercado para evitar las debacles provocados por el capitalismo como la Gran Recesión de 1929 que duró hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

La promesa esencial de los gobiernos socialdemócratas era que ellos iban a proteger los intereses de las clases medias y trabajadoras contra las depredaciones y los vaivenes económicos del capitalismo de libre mercado. Sin embargo, al fin de los años 1970s, las fuerzas políticas más reaccionarias en los países occidentales aprovecharon el estancamiento económico de sus economías para lanzar una ofensiva ideológica y electoral muy fuerte. En Estados Unidos, esta ofensiva de extrema derecha logró con Ronald Reagan desplazar el partido Demócrata liberal de Jimmy Carter y en Europa derrotó a los gobiernos socialdemócratas en el Reino Unido con Margaret Thatcher y en Alemania con Helmut Kohl.

Durante este período las doctrinas más extremas del neoliberalismo y del mal llamado ‘libre mercado’ se impusieron en la opinión pública de la mayoría de los países occidentales porque las élites empresariales allí monopolizan los medios de comunicación, financian las universidades y las ONGs y cooptan la clase política. Las doctrinas neoliberales se disfrazaron bajo la falsa lema de la ‘modernización’. Pero esto en efecto fue una descarada coartada para imponer una globalización económica a favor de los grandes intereses corporativas occidentales, aplicada por gobiernos de los partidos políticos financiados por esos mismos intereses.

En ese contexto, los movimientos occidentales de corte socialdemócrata modificaron drásticamente sus programas políticos para poder competir con los partidos de derecha. Dirigentes como el británico Tony Blair se distanciaron de su apoyo tradicional entre los sindicatos, abogaron por la privatización y otras medidas económicas neoliberales, a la vez de decir que iban a defender la salud pública, la educación pública y la provisión del seguro social. Durante todo este tiempo, en su política exterior, todos estos movimientos socialdemócratas han apoyado las políticas expansionistas de la OTAN y han aceptado bases militares estadounidenses permanentes en su territorio.

De hecho, el proyecto insigne de la socialdemocracia europea era el desarrollo de la Unión Europea, cuyos orígenes se encuentran en la misma lógica anti-soviética que el establecimiento de la OTAN. Los dos proyectos siempre han sido unidos de manera inextricable. Por medio de las clases políticas que ellas controlaban, las élites europeas vendieron la necesidad de una cada vez más profunda integración europea como garantía de la paz y la prosperidad. De hecho ha resultado ser una profunda consolidación de los intereses capitalistas occidentales más poderosos para defender su poder y privilegio contra el mundo mayoritario. Ese proyecto anti-democrático, inherentemente expansionista ha tenido la plena complicidad de los movimientos políticos occidentales de corte socialdemócrata.

Hasta el inicio de este Siglo 21, las élites gobernantes norteamericanas y europeas podían impulsar su dominio unilateral del mundo gracias a su poderío militar y su control del sistema internacional de las finanzas. Pero con el colapso financiero en Estados Unidos y Europa del 2008-2009, se aceleró el desmoronamiento del dominio occidental lo cual ha empeorado progresivamente durante los últimos quince años y que ahora se intensifica cada vez más. En el aspecto militar, se demuestra por su incapacidad de derrotar a la Federación Rusa en Ucrania o al Eje de la Resistencia en Palestina, Siria e Irán. En el aspecto económico, se ha demostrado por su incapacidad de competir con la República Popular China o de doblegar a la Federación Rusa con sus medidas coercitivas unilaterales.

Así que, especialmente en el caso europeo, las banderas social-demócratas de la Paz, de la igualdad y de la defensa del sector publico han sido prácticamente abandonadas. De igual manera, su gran bandera de los derechos humanos ha sido torcida y deformada hasta el punto de ser usado meramente como un ejemplo más de la mentira y la mala fe al servicio de las guerras híbridas contra los gobiernos que resisten la hegemonía occidental. La socialdemocracia no ha podido sostener ninguna de sus promesas de la justicia e igualdad social o de la democratización de sus sociedades y economías. Con su incondicional apoyo al régimen nazi de Ucrania y su categórico apoyo al genocidio sionista en Palestina se ha burlado de su supuesto compromiso con los derechos humanos.

En ambos Estados Unidos y los países de la Unión Europea, estas inocultables contradicciones del programa política socialdemócrata, lo que en Estados Unidos lo llaman liberalismo, han sido aprovechado por siniestros movimientos políticos de extrema derecha. En Estados Unidos es posible que el demagogo charlatán Donald Trump ganará de nuevo las elecciones en ese, país programadas para noviembre de este año. En Alemania, Francia, Italia y otros países europeos se han fortalecido las perspectivas de avances electorales de la extrema derecha porque las poblaciones ven que las clases gobernantes actúan en contra de los intereses de las mayorías.

Las clases políticas de estos países siguen llamándolos ‘democracias’ aún cuando han desarrollado una alianza de beneficio mutuo entre el poder de las élites corporativas y el poder estatal. La explicación de cómo los partidos de extrema derecha han surgido para enfrentarse a esa unión esencialmente fascista es porque los pueblos buscan una alternativa que responde a sus intereses. Un factor clave en este contexto ha sido la tendencia de los movimientos socialdemócratas de mantener marginar corrientes progresistas y radicales para así impedir el surgimiento de una exitosa alternativa socialista. La destrucción política del popular dirigente laborista Jeremy Corbyn en Reino Unido fue un claro ejemplo de este fenómeno. Ahora en Alemania atacan a la carismática y talentosa dirigente radical Sahra Wagenknecht.

Un tema fundamental que subyace las divisiones políticas y los conflictos electorales en estos países ha sido el tema de la soberanía nacional. Ya que Donald Trump, en la peor tradición yanqui, considera que Estados Unidos es América, su lema electoral ha sido “Hagamos América Grande de Nuevo”. Y de la misma manera que Donald Trump tuerce el tema de la soberanía, distorsionándolo para que termine siendo un bruto nacionalismo mezquino, así hacen los políticos de extrema derecha en Europa. La presidencia de Donald Trump demostró que una opción de derecha nunca va a responder a los intereses populares, porque las élites gobernantes hacen sus ajustes y acomodamientos para que todo cambie de tal manera que todo siga igual. En América Latina, exactamente este fenómeno ocurrió hace poco en Argentina, donde las élites proyectaron a Javier Milei como salvador del pueblo para mejor garantizar su despiadado saqueo del país.

En Cuba, Nicaragua y Venezuela, sus pueblos entienden que, si no defienden la soberanía nacional, sus naciones serán intervenidos y sometidos de nuevo al humillante dominio neocolonial. En Nicaragua la demostración más clara de esta conciencia popular ocurrió en el Congreso del Frente Sandinista de Liberación Nacional en 1994. Allí el partido político más grande e influyente del país tenía que elegir entre defender su programa histórico revolucionario antiimperialista o abandonarlo a favor de un programa político de corte socialdemócrata. Prevaleció la lealtad revolucionaria a la sangre de las y los Héroes y Mártires de la Revolución Popular Sandinista guiado por el ejemplo de la Dignidad Nacional del General Sandino que celebramos cada 4 de mayo y por la determinación y sabiduría del liderazgo del Comandante Daniel Ortega y la fiel dirigencia del Frente Sandinista.

Desde ese momento clave para la salvación nacional, la socialdemocracia en Nicaragua siguió el curso natural de esa corriente ideológica de entropía hacia la colaboración vendepatria que culminó en la traición y el fallido intento de golpe de 2018. Ahora, nuestro hermano país revolucionaria, la Venezuela bolivariana, ha logrado vencer otro tramo conspiratoria sumamente peligrosa y destructiva del patrimonio nacional, también resultado de personas traidores, disfrazadas de progresistas para mejor meter el cuchillo. En Cuba, Nicaragua y Venezuela, la férrea defensa de la soberanía nacional por sus gobiernos, garantiza el uso del patrimonio nacional para el desarrollo humano de sus pueblos.

Pero la defensa revolucionaria de la soberanía es mucho más que un nacionalismo banal sin visión solidaria más allá de las fronteras nacionales. Una visión compartida de los países del ALBA es que la soberanía y la dignidad nacional son un elemento esencial para construir la Patria Grande libre de la intervención extranjera. Este concepto de la soberanía se comparte también con aliados como la República Popular China. El Embajador de China a Nicaragua, el compañero Chen Xi ha comentado “China aboga por el concepto de una comunidad de destino común para la humanidad, persevera en la igualdad de todos los países, sean grandes o pequeños, fuertes o débiles, ricos o pobres y respeta el derecho de los demás pueblos a elegir sus propios caminos de desarrollo”.

Y, en consonancia con esta visión de un mundo verdaderamente democrático, en paz, de países soberanos, nuestro Presidente Comandante Daniel nos ha explicado “…desde los países que tienen sentido de humanidad, naciones que son potencias y que tienen sentido de humanidad se viene promoviendo la integración, y ya en los BRICS ya no son solamente 5 países… vienen creciendo y están tocando la puerta, entre ellos nosotros estamos tocando la puerta, porque ese es el mundo multipolar donde se juntan los pueblos, desde los países más poderosos hasta los países más empobrecidos, para unir esfuerzos en la lucha por la paz, contra el hambre, en la lucha por la sobrevivencia de la humanidad.

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