Una fiesta siempre tiene una historia, y la que se celebra en Managua es una historia hecha de epopeyas. En la aventura como en las dificultades, en el heroísmo como en las traiciones, en los éxitos como en las adversidades, la historia del sandinismo está inevitablemente entrelazada con la de Nicaragua, hasta el punto de que es imposible hablar de una sin hablar de la otra o viceversa. Son 44 años, en efecto, de los cuales 28 en el gobierno y 16 en la oposición, los que el sandinismo lleva escribiendo la historia de Nicaragua en palabras y versos. De un país pequeño obligado a hacerse grande rápidamente para sobrevivir al asedio.
Por Fabrizio Casari
El 19 de julio es el aniversario de la entrada en Managua de los muchachos, los libertadores sandinistas que hace 44 años, en 1979, cambiaron para siempre la historia de Nicaragua. Las celebraciones no incluyen concentraciones masivas como en otras ocasiones; se ha decidido organizar actos en cada ciudad y en cada comunidad, casi como para “extender” la celebración por todo el país y no sólo por la capital.
Donde, sin embargo, tendrá lugar el acto central de la jornada, en el que estarán presentes gobiernos, partidos políticos, movimientos de solidaridad, personalidades e intelectuales. Dándoles la bienvenida, en primera fila, estará el presidente de Nicaragua, el comandante Daniel Ortega, que es la historia, el alma, el cuerpo y el valor del sandinismo.
Para los que luchan con la memoria, es bueno recordar que fue él quien la recuperó en 1994, cuando la abandonaron los apellidos influyentes del sandinismo, los revolucionarios de la oligarquía, los que pasaron en pocos años de la adoración al ‘Che Guevara’ a la admiración por las alimañas fascistas de la Florida. Típico del transformismo en salsa tropical, decían ser la verdadera izquierda mientras se presentaban a las elecciones con la extrema derecha.
El pacto obsceno, el único pacto real, lo firmaron de hecho los traidores del FSLN y los bravos del latifundio: el objetivo compartido era expurgar al sandinismo de Nicaragua, reducirlo a historia de museo, a cuentos de vida sin final feliz. La oligarquía del país, sin importar bajo qué banderas se presentará, quería al FSLN al margen del sistema político, huérfano de sus principios, rehén de sus debilidades, víctima del contexto político interno e internacional. Sabían que la victoria liberal sólo sería duradera si se aniquilaba al FSLN. Para lograrlo, sin embargo, habrían tenido que eliminar a Daniel Ortega, a Tomás Borge y a otros dirigentes, porque del sandinismo habrían tenido que arrancar las raíces, la memoria, los iconos, los símbolos.
Pero no entendieron que el sandinismo estaba doblegado, no domesticado, y que las razones de su existencia estaban vivas. Fue Daniel Ortega quien lo recogió, quien le devolvió su fuerza y su valor, quien redescubrió el alma de un partido que corría el riesgo de dispersarse. Sin apenas grupo parlamentario, sin dinero y con muy pocos amigos internacionales, quiso mantener en pie la única opción posible para los nicaragüenses.
Volvió a empezar de cero, o casi, con la ayuda de Tomás y tantos otros que no encerraron su historia en el cajón de los recuerdos. Y así otra vez, ciudad por ciudad, comunidad por comunidad, comarca por comarca, con las mangas arremangadas para reactivar, para demostrar que no hay remedio para la deshonra, que las derrotas pueden convertirse en energía para futuras victorias. Había que devolver a los nicaragüenses la dirección de Nicaragua, y a los patriotas la patria. Al fin y al cabo, para lo que nació el sandinismo, se le prohibió morir. La victoria de 2006 fue el resultado de esa misma redención, el saldo de tanta lucha a contracorriente y al mismo tiempo el inicio de una nueva era.
Al lado del comandante de todos los tiempos está la vicepresidenta, Rosario Murillo, que es la energía viva del gobierno y del partido y que dirige como una directora de orquesta la música, a los músicos y hasta a los que sólo saben cantar. Ha reconstruido el circuito comunicacional del sandinismo dos veces: primero en 2007, cuando el FSLN volvió al poder, y luego en 2018, cuando los golpistas intentaron sepultar bajo la mentira y el terror la nueva vida de la Nicaragua libre. Hoy Nicaragua también está equipada a nivel tecnológico y comunicativo para responder al derrocamiento de la guerra híbrida que implica el fin de la verdad, la formación de opiniones sobre la base de su derrocamiento, la falsa narrativa del pasado y del presente sobre la que pervive la agresión de la infame columna de los teclados imperiales, menú principal de las guerras de 4ª y 5ª generación.
Si 44 les parecen pocos…
Nicaragua atraviesa dos océanos, dos mundos y hasta dos siglos de historia. Este 44 aniversario no sólo celebra la entrada de los muchachos a Managua. No sólo tiene un valor estoico de recuerdo y testimonio. Tiene también uno de proyección futura, de propuesta del sandinismo más allá de sus propias fronteras y de sus propias palabras.
Hay mucho más Socialismo en estos 44 años de lo que queremos ver. El Sandinismo es en realidad, antes que cualquier otra cosa, una idea de nación, de pueblo y de sociedad que toma las mejores instancias del socialismo y las adapta ideológica y concretamente a la realidad nicaragüense. Que identifica en la propiedad absoluta del pueblo nicaragüense sobre la nación el fin último y en la soberanía nacional y la independencia nacional el requisito fundamental para alcanzarlo.
Antes que cualquier otra cosa, el modelo sandinista es la reacción sacrosanta a la inaceptabilidad de ver un país rico condenado a la pobreza, un país lleno de alimentos, pero donde una parte de la población no podía alimentarse adecuadamente. La instauración del gobierno de Ortega en 2007 cambió por completo a Nicaragua, porque las prioridades cambiaron. La lucha contra la pobreza deja de ser el castigo a los pobres y se convierte en el nuevo paradigma social y político, la justicia social, la redistribución, la transformación de los privilegios de unos pocos en derechos de todos se convierten en el alfa y omega del propio proyecto.
Es en este rincón del mundo donde se mide el Socialismo del tercer milenio que señaló el comandante Hugo Chávez. Aquí, donde se reconocen, defienden y así se amplían los derechos universales, donde se expresa el derecho privado, pero se reconoce la necesidad del papel social de la empresa, prevalece el precepto de la complementariedad de la economía pública y privada. Aquí, donde el modelo contiene la capacidad de construir valor con las leyes económicas capitalistas, pero luego distribuye los resultados con el modelo socialista, Nicaragua demuestra ser a la vez un laboratorio y una hipótesis concreta de trabajo para el futuro de toda la izquierda, no importa dónde se encuentre.
Este 44 aniversario cae en el 200 aniversario de la Doctrina Monroe, la ferretería ideológica del imperialismo norteamericano que indicó la “América a los americanos”, entendiendo a la primera como todo el continente y a los segundos como los estadounidenses. Pues bien, 200 años después de la Doctrina Monroe, sólo una cosa es cierta: Nicaragua pertenece a los nicaragüenses.
Ausentes y presentes
¿Y cuántos y quiénes habrían apostado, en 1979 y 1991, en 1994 y 2018, por venir a celebrar, como gobierno victorioso, este 44 aniversario? Para la respuesta, basta ver quién está lejos y quién está cerca.
Lejos están los que han traicionado ideales, personas y proyectos. Por ello reciben dinero, premios y nacionalidades como cerezas. Entusiastas discípulos del nuevo mundo, se han convertido en rabiosos apóstoles de la rendición. Su nueva y cómoda ubicación les obliga a la abjuración constante, por eso ahora odian lo que antes decían amar y aman lo que antes decían odiar. Pero ni siquiera sus nuevos amigos confían en ellos; ya se sabe, el amo nunca paga lo justo al siervo. Ahora son mendigos de la atención ajena, del dinero ajeno, y dependen en todo de los procesos políticos internos de EEUU. Como amos intentaron doblegar a todo el mundo, ahora ya no son amos de nada, ni siquiera de sus pasaportes.
En Managua, en cambio, hay vecinos y se respira aire puro. Hay quienes ven su presencia aquí como una de las formas posibles de declarar que están donde hay que estar, que es muy distinto de estar donde conviene. Están aquí para celebrar a quienes piensan que el fin de las viejas ideas no significa el fin de las ideas en general. Están aquí los que cada día, en cualquier parte del mundo, levantan un muro contra las mentiras, defienden a los justos asediados por los injustos. Lo hacen contando, explicando, popularizando las hazañas y los logros de la tercera etapa de la Revolución Sandinista. Sin esperar que todos se enamoren de ella, pero exigiendo que nadie la difame.
Algunos de ellos tienen el pelo más blanco que negro. Aprendieron a amar Nicaragua a principios de los ochenta y nunca han dejado de hacerlo. Son de aquellas generaciones que prefirieron envejecer sin traicionar su juventud, sus ideales y sus principios.
Son los que prefirieron el camino de la lucha al de la reconciliación con el enemigo. Los que, como solían decir, retroceden sólo para alcanzar mejor. Aquellos a los que la palabra rendición les resulta ajena, sin sentido y sin sonido. La idea de dejar el mundo mejor de lo que lo encontraron cuando nacieron sigue siendo la única brújula que utilizan. Las agujas apuntan al sur, tanto que los ojos de los que saben ven incluso en la oscuridad.
Imagínense cuando miran a Nicaragua, que fundamenta la independencia y el socialismo, la soberanía y la igualdad, que utiliza cartas de colores para mezclar el blanco con el azul y el rojo con el negro. Están aquí, con los ojos viendo todo y los pies en el suelo, admirando un arco iris de emociones que, para abreviar, llamamos sandinismo.