Sandino, 90 años bien llevados


La importancia histórica de Sandino va más allá de los acontecimientos históricos de Nicaragua e incluso de los de la región. Las condiciones históricas, la ubicación geográfica, la idealidad política y el éxito militar en que nació, se fortaleció y ganó su proyecto independentista, ponen fuertes banderas a las teorías político-militares con las que se analizan los acontecimientos y a la fuerza de las cuales se atribuyen adjetivos y nombres. No sólo para Nicaragua, sino para América en general, la historia tiene en Sandino un parteaguas, un antes y un después.

Por Fabrizio Casari

Sandino demuestra la falacia de la doctrina militar norteamericanas en el mundo. Muestra cómo la preparación militar concebida sobre trincheras y asaltos frontales no tiene sentido en la selva de la Segovia. Cómo West Point, academia de la oligarquía, sea solo un lugar de brillo y relumbrón que alberga a hijos de la burguesía latifundista y de la naciente industria de los Estados Unidos, forjada en el genocidio de los pueblos originarios.

Sandino es un hombre sereno, tranquilo, de ideas liberales y armado sólo de amor a su patria, pero humilla a esos abusivos portadores de medalla obtenidas en el exterminio de inocentes. Marines y filibusteros, aventureros y traidores con bayonetas y botas lustradas, hardware estético de todas las aventuras coloniales, se doblan frente al Ejército de Defensor de la Soberanía Nacional. Un ejército de pequeño tamaño pero de agallas expandidas, de ninguna escuela militar pero de extraordinarias habilidades de combate; nada marcial pero muy eficaz, capaz de enfrentarse a cualquiera y cual que sea el nombre con que piense apoderarse de Nicaragua.

La de Sandino es la primera guerra de guerrillas victoriosa contra un ejército regular. Sandino desafió las leyes de la proporcionalidad, las de las matemáticas y la estadística, dejó obsoleto el cálculo y modernizó el azar y el valor. Dio lecciones de estrategia militar: enseñó cómo el volumen de fuego y el armamento son importantes pero no decisivos, que una guerra de guerrillas en un territorio conocido palmo a palmo marca la diferencia sobre el terreno y que el amor a la patria es la más poderosa de las armas. Porque los que luchan por lo que tienen siempre salen victoriosos frente a los que batallan por robar a los demás lo que ellos no tienen.

Por primera vez en la historia de América Latina, la conducción de las operaciones militares es una variación de los arreglos estructurales y no el resultado del peso abrumador de un contendiente sobre el otro. Sandino no tiene legiones de pretorianos, regimientos de infantería de marina ni brigadas mecanizadas. Sus hombres se mueven a caballo y a pie, golpean con rapidez y eficacia y desaparecen en la selva. Derriban enemigos y, más aún, su fuerza de espíritu, hieren hombres y certezas. En sus acciones, encontramos más a Sun-Tzu y su “Arte de la guerra” que a Von Clausewitz y a los manuales – desconocidos para él – de doctrinas militares clásicas, que en aquella época se centraban sobre todo en las técnicas napoleónicas, Austrohúngara y de la antigua Roma.

Para EE.UU., Nicaragua no es un país como los demás, ni puede serlo: la posición geográfica que abarca dos océanos y el tamaño que la hace la nación más grande del hemisferio tienen un valor propio y específico. Nicaragua es el bocado sabroso, quieren convertirla en un matadero a cielo abierto, saqueo constante de oro y de todos bienes, ante todo el de la independencia.

En el plano geopolítico, el significado de la victoria de Sandino es que, al procurar la primera derrota política y militar seria a Estados Unidos, cambia la historia de la expansión colonial de Washington, que encuentra en Nicaragua su primer escollo. Este acontecimiento no es desde luego insignificante, porque la dimensión colonial no es un detalle en el proyecto de construcción del poder mundial: representa el hito en el que Washington cambia su dimensión, avanzando hacia el dominio total del continente con el que EEUU puede pasar de potencia consolidada a superpotencia naciente. En este camino, Nicaragua es una pesadilla.

A Estados Unidos le resulta difícil comprender la naturaleza política del enfrentamiento con el General de los Hombres Libres. Estados Unidos desprecia cualquier anhelo independentista: como si se tratara de una nueva Biblia para nuevas evangelizaciones, la Doctrina Monroe es el único texto de referencia y las bayonetas de los marines la única forma de difundirla. Sandino es un liberal, no especialmente influido por las ideas que alumbraron la Revolución de Octubre en 1917. Sin embargo el espíritu de la época, que cambió la balanza e invirtió el reloj de arena del tiempo para los regímenes autoritarios de todas partes, ve la coincidencia del pensamiento independentista y el marxismo-leninismo triunfante en Rusia. Hay un hilo objetivo que los une: la redención de los últimos y el derrocamiento de los todopoderosos.

El valor de Sandino sobrepasa Nicaragua, ya que es el precursor de las guerrillas antiimperialistas latinoamericanas. Su guerra de guerrilla se convierte en materia de estudio para los procesos revolucionarios latinoamericanos, que 25 años después de su asesinato, con Fidel, Raúl y el Che logran su victoria más importante, en Cuba, a 90 millas de las entrañas del imperio.

La estética del Sandinismo

Cada etapa de la historia está marcada por libros, imágenes, mapas. Rostros y lugares narran hazañas y victorias,

negociaciones y capitulaciones. Porque la historia sin su relato no existe; sin el hilo narrativo que la pinta, la historia se reduce a una serie mecánica de acontecimientos, una suma de nombres y fechas, un despliegue de cifras sin alma, una exposición sin sentido. En cambio, con un hilo narrativo y las imágenes que lo sustentan, esos hechos se convierten en historia, la cual también tiene una estética del conflicto. Hay un aspecto icónico de las imágenes que, sin añadir palabras, ilustran y explican razones y agravios, victorias y derrotas, cambios de etapa histórica y proyección de futuro en el imaginario colectivo.

Pues bien, aquellos marines en fila de a dos embarcando con sus uniformes, botas relucientes y mochilas llenas de malos pensamientos, dibujan para entonces como para ahora la imagen de una retirada apenas ordenada de un conflicto desordenado. Ese embarque de marines con aire marcial pero derrotados a pesar suyo, calzados con botas gastadas en el polvo de las montañas, con mochilas llenas sólo de chucherías, habla de una derrota, no de una retirada.

Esa exhibición convierte una instantánea en un paradigma. Forma una convicción transmitida de generación en generación que se repite a lo largo de la historia con las imágenes de la huida de Saigón de los diplomáticos estadounidenses aferrados a un helicóptero en el tejado de la embajada norteamericana, y revivida en las fotos y vídeos de la precipitada huida de Kabul.

Son imágenes que hablan de un imperio que no es invencible, de un poder que no es insuperable. Enseña a todos en el continente y en el mundo que derrotar a Estados Unidos es posible.Reiteran la supremacía del verbo guerrillero en la retórica imperial, la prevalencia de los rostros y los cuerpos de quienes, a su pesar, sea cual sea su vocación, de humildes se ven obligados a convertirse en guerreros. Confirman cómo no poder hacer otra cosa que resistir se convierte en el requisito previo para la victoria.

Su asesinato, lejos de eliminarlo, hizo inmortal a Sandino dando origen al Sandinismo. Sobre esas ideas y esas victorias se forjó su andar victorioso, primero contra el somocismo gobernante, luego contra su dimensión terrorista contrarrevolucionaria y finalmente contra el somocismo retornado disfrazado de oposición democrática aunque sangrienta. El enemigo del Sandinismo ha sido siempre el somozismo, aplicación local del imperialismo norteamericano, mezcla pútrida de racismo, clasismo, patriarcado y malinchismo, que son las patas de la mesa bajo la que recoge las migajas que, distraídamente y con la sorna de los peores, dejan caer los lobos de Wall Street servidos por los camareros de Miami.

El Sandinismo, que nació de un anhelo de libertad e independencia de la ocupación extranjera, a lo largo de las décadas, gracias a la decisiva labor de Carlos Fonseca Amador, construyó, amplió y perfeccionó su identidad política. Con sus postulados teóricos se inscribe con todo derecho y mérito en la mejor parte de la elaboración teórica del pensamiento socialista, huye de pretensiones de rigor ideológico abstracto y confirma cómo la aplicación en el terreno de un proyecto revolucionario no puede darse independientemente de las condiciones históricas, sociales y culturales del país en que se vive. Como dijo Carlos Fonseca, “debemos estudiar la historia como marxistas y el marxismo como nicaragüenses”.

Es una buena mezcla de principios y tácticas. Toma de los mejores componentes ideales que han marcado la herencia filosófica, cultural y política en la historia de las Doctrinas Políticas y los aplica a las necesidades nicaragüenses. Vincula la ineludible dimensión soberana a la ineludible construcción de un modelo sociopolítico nicaragüense, por los nicaragüenses y para los nicaragüenses. Asigna un valor absoluto a la Patria, una fe absoluta en la sabiduría guerrera de su pueblo en la defensa de un sueño que, en los últimos 17 años, se ha superpuesto a la realidad, al punto de ya no poder identificar con certeza ambas dimensiones. También está la Revolución de los hipótesis: la palabra rendición no tiene legitimidad, la derrota ni siquiera está en la lista de lo posible. Gracias al liderazgo del Comandante Daniel Ortega, desde el 1979 aplica sus postulados de una sociedad justa, compartida y solidaria.

Tanto la guerra victoriosa con las bandas terroristas contras en los años 80, como la defensa del Frente Sandinista de la traición en 1994, la resistencia contra la embestida liberal, y la derrota del intento de golpe de Estado en 2018, vieron al Comandante Daniel Ortega como protagonista absoluto, al frente del Sandinismo como ante lo estuvo Sandino. Un hilo rojinegro que cose distintas épocas en un solo vestido y el nexo entre pasado y presente, en el talante común de quienes, con la bandera rojinegra en el hombro, lideran la razón contra la barbarie.

El legado histórico del Sandinismo está en la victoria de 1979 y en los diez años de la primera etapa de la Revolución. En los 16 años de oposición a los gobiernos liberales y en los 17 años de gobierno Sandinista que aterrizaron y concretaron los proyectos y los sueños de aquellas y de estas generaciones, que dieron todo lo que tenían para hacer triunfar esas ideas. Hay un modelo de sociedad que hace del Sandinismo un bien común, un producto que puede ser disfrutado por todos, donde la soberanía es necesaria para actuar el proyecto y defender el proyecto de por sí consolida la soberanía.

“Nicaragua será libre mientras tenga hijos que la amen”, dijo Sandino. Nunca una verdad ha recibido tanta confirmación. El sombrero de Sandino y la gorra de Daniel son al mismo tiempo, y no por casualidad, los símbolos de la independencia soberana nacional y la pesadilla del imperio. Forman el mejor de los paraguas para cualquier tormenta y permiten que el sol brille en la Nicaragua Libre, Soberana y Sandinista. A 90 años de su asesinado este es el mensaje que llega al General de los hombres libres; cumplimos, Nicaragua es libre y no hay fuerza que pueda revertir este destino.

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