En las montañas bolivianas quedó escrita una de las proezas libertarias más impresionantes de nuestro continente, la entrega de un grupo guerrillero que decidió iniciar el proceso de liberación nacional y comenzar a definir un rumbo socialista para la sociedad de Bolivia.
Por Guido Álvaro "Inti" Peredo Leigue, extractos de su obra «Mi campaña con el Che». Publicado en Radio La Primerísima
Ernesto “Che” Guevara De La Serna (1928-1967). Médico indomesticable. Conoce en México a Fidel y Raúl Castro, sumándose al movimiento guerrillero para derrocar al dictador Fulgencio Batista en Cuba. Comandante del Ejército Rebelde, es quien dirige la toma de la ciudad de Santa Clara, hecho definitivo en la lucha final de la guerra. Presidente del Banco de Cuba y Ministro de Industria hasta el año 1965 cuando renuncia a todos sus cargos y grados para irse clandestinamente al Congo en África para apoyar la lucha anticolonialista. En noviembre de 1966 se traslada a Bolivia, al frente del movimiento guerrillero hasta el 8 de octubre de 1967, cuando es capturado, herido, por el Ejército en la Quebrada del Yuro. Fue asesinado al día siguiente, en la comunidad de La Higuera, cercana a Vallegrande. Sus restos regresaron a Cuba en julio de 1997; entrando en la inmortalidad y en la memoria de todos los pueblos que luchan por su dignidad y su liberación.Guido Álvaro “Inti” Peredo Leigue integró el grupo de cinco guerrilleros que lograron quebrar el cerco del ejército boliviano hacia el 8 de octubre y salir con vida de Bolivia: los cubanos Harry Villegas («Pombo»), Dariel Alarcón («Benigno») y Leonardo Tamayo («Urbano»), y los bolivianos Inti Peredo y David Adriazola («Darío»).
“Inti” Peredo nació en la ciudad de Cochabamba, Bolivia, el 30 de abril de 1938. Militó en el PCB desde muy joven y se distinguió por ser uno de sus cuadros más abnegados y valientes. Fue primer secretario del Comité Regional de La Paz y miembro del Comité Central de ese partido, electo en su II Congreso Nacional, en 1964. Al igual que su hermano Coco, participó en tareas de apoyo a la guerrilla peruana del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y a la organización del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) de Argentina.
En Ñancahuazú, Inti fue uno de los guerrilleros más sobresalientes como comisario político y jefe militar. Ñancahuazú es un río amazónico, afluente directo del río Grande, ubicado en la zona sudeste de Bolivia. La Guerrilla de Ñancahuazú es el nombre con que es habitual referirse al grupo guerrillero comandado por el Che entre 1966 y 1967. También es el nombre de una finca cuyo propietario era don Roberto Villa quien después la vende a Inti y Roberto “Coco” Peredo, donde se instala la “Casa de Calamina”, de esos lugares imposibles de obviar en la historia contemporánea de América. Fue esa la choza erigida en la finca que los Peredo compraron para el primer asentamiento de la fuerza revolucionaria.
“Coco” Peredo, hermano de Inti, nació en Cochabamba, Bolivia, el 23 de mayo de 1939. Era uno de los cuatro militantes del PCB asignados por Mario Monje al trabajo con los enlaces cubanos. Estuvo en todos los preparativos de la organización guerrillera desde sus inicios y aparecía como el propietario de la finca de Ñancahuazú. Formó parte del grupo de la vanguardia y cayó en la emboscada de El Batán, cerca de La Higuera, junto a Miguel (Leonardo Tamayo Núñez, cubano) y Julio (Julio Méndez Korne, boliviano).
(Nota: Mario Monje Molina, conocido como Monje, Mario o “el Negro”, maestro boliviano, desde muy joven se dedicó a la actividad política, llegando a ser el Primer Secretario del Partido Comunista Boliviano, cargo que ostentó hasta su renuncia en enero de 1968. El 31 de diciembre de 1966 se entrevistó con el Che, en Ñancahuazú, a quien le planteó, entre otras cosas, que la dirección política de la lucha le correspondía a él mientras la Revolución tuviera un ámbito boliviano, lo cual no fue aceptado por el Che. A partir de entonces se produjo una ruptura entre el PCB y la guerrilla).
Vibrante testimonio
“Mi Campaña con el Che”, el vibrante testimonio de Inti Peredo, es la concreción de la voluntad del guerrillero boliviano, firme y clara en el momento en que la escribió –mediados de 1968– para desarrollar cada vez más el movimiento revolucionario; los resultados que hoy se tienen, no son sino la consecuencia de la acción del ELN. Inti, aquí, no tiene la intención de hacer un relato circunstanciado que, si bien habría tenido interés histórico, era insuficiente como aporte al desarrollo de la lucha armada, indiscutible premisa para la consecución de los objetivos populares. Por el contrario, tiene las características de un manifiesto, de una proclama en la que se destaca nítidamente, con trazos de admiración y de cariño, la figura del Che; en la que además se esboza el fondo grandioso de la Revolución Cubana, que hizo tanto por el Che como él hizo por aquella Revolución.
Aunque éste es el único escrito que Inti dejó para ser editado, no puede presentarse sin la ligazón natural que tiene con el desarrollo de la lucha revolucionaria en Bolivia. Su palabra, a través de los manifiestos que conocen Bolivia y el mundo, es clara en ese sentido y lo es también en este escrito.
Después de Quebrada del Yuro, Inti eludió con los sobrevivientes el tenaz cerco militar y logró la protección campesina, gracias a lo cual salvó su vida y logró organizar la salida de los tres guerrilleros restantes. Obtuvieron refugio entre los campesinos y, con la ayuda del Partido Comunista Boliviano y de su suegro, Inti organizó la salida de los combatientes hasta Sabaya, en el departamento de Oruro, próximo a la frontera chilena, donde los esperaba Salvador Allende. Los tres cubanos sobrevivientes llegaron a Cuba el 6 de marzo de 1968.
Establecido clandestinamente en la ciudad, reorganizó el ELN y, cuando se aprestaba a volver a las montañas, fue muerto por las fuerzas represivas, en La Paz, el 9 de septiembre de 1969.
Harry Villegas Tamayo, “Pombo”, nació en Yara, Cuba, provincia de Granma. Veterano de la Sierra Maestra y el Congo. Llegó a Bolivia en julio de 1966 y estuvo a cargo de los preparativos finales de la guerrilla. Hizo el recorrido con el Che, en dos jeeps, desde La Paz a Ñancahuazú, junto a Turna, Pacho y Loro, entre el 4 y el 6 de noviembre de ese año.
La epopeya de Ñancahuazú ha marcado tan a lo vivo la iniciación de una nueva etapa en el movimiento revolucionario de Bolivia y de Latinoamérica, que ha provocado la aparición de una vasta literatura que, con su sola existencia, muestra la importancia histórica de esta experiencia. Sus protagonistas, desbrozando el camino de la liberación latinoamericana, necesariamente fueron parcos en el relato de sus vivencias, como lo muestra el Diario del Che en Bolivia.
Inti, acicateado sin descanso por la necesidad de reorganizar el Ejército de Liberación Nacional (la guerrilla clandestina de Bolivia que él encabezaba) y entregado absolutamente a esta tarea que coronó con éxito, aunque al precio de su vida, vio la importancia que tenía la redacción de un documento en el que no tanto inscribiera los hechos de esa gesta, sino plasmara el espíritu que animó a los hombres que lucharon junto al Che y la visión del ELN sobre el futuro de la revolución latinoamericana.
El resultado de ese propósito es libro “Mi Campaña con el Che” escrito en la vida de clandestinidad, interrumpido constantemente por otras tareas que reclamaban su atención con mayor urgencia, motivado tanto por la lucha en Ñancahuazú como por los enfrentamientos de la ardua labor que se impuso en los casi dos años siguientes a la muerte del Comandante Guevara.
Esta obra tiene, a la vez, carácter de relato, de planteamiento político enmarcado en las necesidades de la lucha inmediata, de proclama dirigida a un pueblo abierto ya a la comprensión de los derroteros revolucionarios y de apreciación –apasionada y vibrante, por supuesto– de las posiciones internacionales que se han ido modelando alrededor de la Revolución Cubana –abanderada de la Revolución Latinoamericana– y en torno al movimiento de liberación de nuestro continente, cuya concreción, en tesis y en la experiencia, es obra del Che.
Les presentamos extractos de esa “Mi Campaña con el Che”, obra imprescindible de la teoría y prácticas revolucionarias de América Latina.
El Che en Ñancahuazú
El Che estaba sentado en un tronco.
Fumaba deleitándose con la fragancia del humo. Tenía la gorra puesta. Cuando nuestro grupo llegó, sus ojos relampaguearon de alegría.
El hombre más buscado por el imperialismo, el guerrillero legendario, estratega y teórico de proyecciones mundiales, bandera de lucha y esperanza, estaba allí, metido tranquilamente en el corazón de uno de los países más oprimidos y explotados del continente.
Era la noche del 27 de noviembre de 1966. Su viaje a Bolivia había sido uno de los secretos más fascinantes de la historia.
Pronto sus enemigos y el mundo entero serían testigos de su “resurrección”. Esta imagen se me ocurrió al recordar que los cables de las agencias imperialistas habían extendido su certificación de defunción “victimado por el paredón castrista”.
Me golpearon varias reacciones: turbación por el respeto (y mantendré siempre), emoción profunda, orgullo de echarle la mano, y una satisfacción difícil de describir al saber con absoluta seguridad que en ese momento me convertía en uno de los soldados del ejército que dirigiría el más famoso Comandante guerrillero.
El Che, o Ramón, como lo presentaban a la tropa, saludó con afecto al grupo.
Indicando con la mano, me dijo:
– Tú eres Inti.
Me sentí más cohibido.
Algunos compañeros le habían dado antecedentes míos y sabía que yo llegaba en ese grupo. Por mi parte también tenía conocimiento que el Che estaba en el monte, esperándonos. Aun así no logré dominar mis sentimientos.
Nos sentamos en unos troncos.
Al poco rato Pombo (el cubano Harry Villegas Tamayo) me entregó una carabina M2 (mi primer arma) y el equipo de combatiente.
Todo sucedió en forma increíblemente sencilla. Sin embargo, esa noche comenzó mi vida de revolucionario.
La conversación brotó fácil, animada en torno a temas generales.
Yo hablé poco porque aún estaba impactado por ese encuentro. Momentos más tarde el grupo brindó por el éxito de la lucha guerrillera y por la confianza que existía en la victoria final.
Avanzada la noche, Tuma (guerrillero cubano), uno de los hombres que se convirtió con el transcurso del tiempo en uno de los seres más queridos por nosotros, me ayudó a armar la hamaca.
No tuvimos tiempo para dormir.
Cerca de las dos de la mañana, los que aún permanecíamos despiertos debutamos con la “góndola”, término que se haría popular mundialmente con el desarrollo de la guerra. La “góndola” consistía simplemente en ir desde nuestro campamento hasta la “Casa de Calamina” a cargar víveres, armas, municiones. Era una tarea dura, pero Tuma, con ese carácter alegre que dinamizaba a nuestras columnas, bautizó este trabajo con el nombre de “góndola”, comparándolo irónicamente con los autobuses destartalados que recorren las ciudades bolivianas y llevan ese nombre.
La noche estaba muy oscura.
En la Casa de Calamina el Che nos dio su primera lección práctica de lo que debía ser un jefe sencillo y capaz: eligió el saco más pesado y lo colocó en su espalda, iniciando el camino de regreso. En el trayecto se tropezó y se cayó porque se veía muy poco. Recogió nuevamente su carga y continuó al campamento.
Nosotros seguimos su ejemplo.
El ejército guerrillero empezaba a desarrollarse.
Bolivia: país de vanguardia
El último día que estuve en La Paz fue el 25 de noviembre de 1966. Cerca de la media noche salimos en un jeep con Joaquín, Braulio y Ricardo (tres cubanos, cuyos nombres respectivos eran Juan Vitalio Acuña Núñez, Israel Reyes Zaya y José María Martínez Tamayo). En otro vehículo más adelante iban Urbano, Miguel (ambos cubanos, cuyos nombres son Leonardo Tamayo Núñez y Manuel Hernández Osorio), Maemura y Coco (los bolivianos, Freddy Maemura Hurtado, también conocido como Ernesto o el Médico, y Roberto Peredo Leigue). Doce horas después estábamos en Cochabamba. Allí me despedí de mi compañera que estaba viviendo en casa de mi suegro. La conversación fue tranquila, desprovista de dramatismo. Ella ya estaba informada de que partía definitivamente al monte. Antes de salir besé a mis hijos.
Mi decisión de ingresar en el proceso de la lucha armada fue producto de una serie de consideraciones que estaba madurando desde hacía tiempo. Militante del Partido Comunista de Bolivia junto con Coco desde 1951, conocía la estrategia, táctica y mecánica de este partido. También, por haber convivido con ellos, sabía perfectamente cuál era la mentalidad de la dirigencia.
Pero también es justo dejar establecido que mientras no hubo perspectivas reales de lucha armada en Bolivia, nosotros participamos y estuvimos plenamente de acuerdo con las decisiones de esa dirección. Ésta es una experiencia que, estimamos, puede ser recogida por otros militantes de partidos comunistas en alguna parte del continente que confunden la “incondicionalidad” con la fidelidad a los principios. Para nosotros sólo los principios tienen valor permanente.
La política de la mayoría de partidos comunistas (PC) latinoamericanos es llegar “al borde de la lucha armada”. Es una especie de juego peligroso en el que han adquirido gran maestría; en ese límite se detienen y vuelven a sus posiciones originales para reiniciar la conciliación y sumergirse en la institucionalidad. Cuando han llegado al “borde de la guerra” comercian los principios, se olvidan de sus muertos y adecúan la teoría de su conducta reformista o traidora.
El PCB (Partido Comunista Boliviano) no era ni es una excepción. Comprometido con muchos meses de anticipación en la preparación y participación en la lucha guerrillera en nuestro país, había escogido a un grupo de compañeros para este trabajo. Pero la dirección, manteniendo una conducta dual que nosotros captábamos sin esfuerzo, siempre estaba indecisa, a la expectativa.
Nosotros perdimos la confianza en esos dirigentes y personalmente, no creía que el PC fuera a ingresar a la guerra como partido, o que prestara toda su colaboración, esforzándose al máximo con lealtad.
El grupo asignado para el trabajo preparatorio entre los que se encontraban El Ñato (Julio Méndez Korne, de Trinidad, Alto Beni), El Loro (Jorge Vázquez Viaña, Bigotes o Jorge, de La Paz), Rodolfo (Saldaña, de Sucre), Coco, etc.; estaba claro, sin embargo, de cuál era nuestra única e irrenunciable estrategia y nuestra decisión de luchar hasta el final, que se mantuvo siempre firme.
Esto es natural y ha sucedido también en otros países. Muchos militantes situados ―al borde de la guerra‖, lejos de retroceder con sus direcciones conciliadoras, dan el paso decisivo y se sitúan en la vanguardia. Se alza una nueva fuerza, dinámica, agresiva y valiente: es la guerrilla. Incluso remontándonos a antecedentes históricos, estábamos conscientes de que nos encontrábamos al borde de una oportunidad que podía marcar una nueva etapa en el destino de Bolivia.
Para nosotros la separación del Alto Perú del imperio español fue un proceso de emancipación interrumpido. Las bases sociales no se alteraron. El poder político y económico fue transferido a la aristocracia criolla y a los españoles ricos asentados en el país. (Nota: Es la denominación que las primeras expediciones españolas de 1538, en tierra de Charcas, utilizaron para designar las ricas tierras que en el período incaico conformaban la región del Collasuyo o Kollasuyu, como a veces se escribe, del quechua Qulla Suyu, “país colla”. Fue el suyu más austral del Imperio Inca, el mayor de sus territorios. Inti Peredo quiere dejar en claro que el movimiento guerrillero tenía o tiene como misión lograr la independencia del Alto Perú que quedó inconclusa, pues la separación con el imperio español no fue una independencia real, solo hubo un cambio de poderes o de colonizadores y el pueblo siguió oprimido por la oligarquía o clase dominante de Bolivia.
El pueblo, principal actor de esa gesta del siglo pasado, no disfrutó ni siquiera de las migajas del poder, aunque a lo largo de casi siglo y medio de lucha ha pugnado por romper sus cadenas.
La oportunidad histórica de obtener la verdadera y definitiva independencia se presentaba ahora, con el desarrollo de la guerrilla, cuyo embrión estaba germinando en plena selva boliviana.
Por lo demás, esta forma de lucha está enraizada en la tradición del pueblo. Durante quince años –desde 1810 a 1825– guerrilleros como Padilla, Moto Méndez, el cura Muñecas, Warnes, Juana Azurduy (precursores de la independencia boliviana) y otros, combatieron heroicamente contra colonialistas españoles enarbolando las banderas de emancipación continental de Bolívar y Sucre.
Naturalmente, entendíamos y estamos plenamente conscientes de que las condiciones eran y son completamente diferentes. Los patriotas del siglo pasado enfrentaron a un imperialismo decadente (España), acosado por otras potencias imperialistas (Inglaterra, Francia) que surgían con ambiciones de dominación mundial. Ahora nos enfrentamos al imperialismo norteamericano hegemónico, la potencia industrial-militar más poderosa del mundo, que ejerce su dominio con crueldad, sin escrúpulos, brutalizado, rapaz y genocida. Por otra parte, también las motivaciones son distintas: ahora luchamos como vanguardia del pueblo por la conquista del poder, para construir el socialismo y formar el hombre nuevo, eliminando al imperialismo y sus lacayos.
Es necesario advertir, además, que en el pueblo latinoamericano se ha desarrollado un gran sentimiento chauvinista, estimulado, fundamentalmente, por el imperialismo. Este nacionalismo deformado se ha empleado como instrumento para dividir a los pueblos y desatar entre ellos guerras fratricidas. Los partidos tradicionales de izquierda, lejos de combatir esta tendencia, la han fomentado e incluso defendido como principio elemental, contribuyendo con la táctica impuesta por el enemigo. Y Bolivia, en esta etapa de lucha guerrillera, no fue una excepción.
Este planteamiento nos rondaba por la mente al conocer, cada vez con mayor certeza, que el PCB no se integraría a la guerrilla.
De todas maneras, nosotros estábamos dispuestos a combatir hasta las últimas consecuencias, independientemente de la actitud que asumiera el PC. Cuando supimos que el Che dirigía la lucha, tuvimos la absoluta seguridad de que el proceso revolucionario sería verdadero, sin claudicaciones. Por eso al ver esa noche de noviembre a Ramón, la emoción del encuentro fue tremenda.
Al día siguiente el Che nos llamó a Coco, al Loro y a mí para conversar sobre el carácter de la lucha. Fue la primera conversación política, interesante y profunda como todas las que tuvimos durante la guerra. El primer concepto que fluyó en forma categórica fue el de la “continentalidad”. El Che nos explicó, con su franqueza habitual, que la lucha tendría estas características claras, duras, largas y crueles. Por lo tanto nadie debía acomodar su mentalidad a situaciones “cortoplacistas”. Enseguida expuso por qué se había escogido a Bolivia como escenario de la guerra.
Su elección, afirmó, no es arbitraria. Está ubicada en el corazón del cono sur de nuestro continente, limitada con cinco países que tienen una situación político-económica cada vez más crítica, y su misma posición geográfica la convierte en una región estratégica para irradiar la lucha revolucionaria a naciones vecinas.
Hay que tener presente que Bolivia no puede liberarse sola, o por lo menos es extremadamente difícil que ello ocurra. Aun derrotando al ejército y al poder, el triunfo de la revolución no está asegurado, puesto que los gobiernos lacayos dirigidos por el imperialismo, o directamente el imperialismo con la colaboración de los gobiernos lacayos, tratarán de aplastarnos. Sin embargo, si en el desarrollo de la lucha se nos presenta la alternativa de tomar el poder, no vacilaremos en asumir esta responsabilidad histórica. Claro que ello encierra una gran cuota de sacrificio de los revolucionarios bolivianos.
El Che nos explicó luego lo que él entendía por “cuota de sacrificio” de los revolucionarios bolivianos. Nos dijo que había un documento para la reunión tricontinental de los pueblos que se realizaría en La Habana, en julio de 1967. En ese documento, recalcó, expone lo siguiente:
Solamente podremos triunfar sobre ese ejército en la medida que logremos minar su moral. Y ésta se mina infligiéndole derrotas y ocasionándole sufrimientos repetidos.
Pero este pequeño esquema de victorias encierra dentro de sí sacrificios inmensos de los pueblos, sacrificios que deben exigir desde hoy, a la luz del día, y quizás sean menos dolorosos de los que debieran soportar si rehuyéramos constantemente el combate, para tratar de que otros sean los que nos saquen las castañas del fuego. Claro que, el último país en liberarse, muy probablemente lo hará sin lucha armada, y los sufrimientos de la guerra tan larga y tan cruel como la que hacen los imperialistas, se le ahorrarán a ese pueblo. Pero tal vez sea imposible eludir esa lucha y sus efectos, en una contienda de carácter mundial y se sufrirá igual o más aún. No podemos predecir el futuro, pero jamás debemos ceder a la tentación claudicante de ser los abanderados de un pueblo que anhela su libertad, pero reniega de la lucha que ésta conlleva, y la espera como un mendrugo de victoria.
Para el Che la cuota de sacrificio significaba la participación del pueblo boliviano como abanderado de la lucha guerrillera, y de ninguna manera la postergación de la toma del poder.
En otros términos, nosotros nos convertíamos en un pueblo de vanguardia que obtendría la liberación combatiendo y no como un “mendrugo de victoria”.
Hacia un nuevo Vietnam
El Che fue certero también al definirnos la relación que existe entre la lucha del heroico pueblo de Vietnam contra el imperialismo norteamericano y la guerra de guerrillas en nuestro continente. La guerra de Vietnam, afirmó, es una parte, pero la más importante, de la lucha mundial contra el imperialismo. La guerra de Vietnam es nuestra propia guerra. Ese heroico país ha sido convertido en un laboratorio de experimentación imperialista para aplicar después
las desarrolladas técnicas guerrilleras de destrucción contra el pueblo de todo nuestro continente. Allí se ha visto claramente cómo el imperialismo no solamente viola las fronteras, sino que las borra, reivindicando su “derecho” de perseguir a los patriotas de las FAPLN (siglas en francés del Frente Nacional de Liberación de Vietnam) a través de Camboya o Laos, bombardea las aldeas de esos países y extiende impunemente su brutal genocidio.
Lo mismo pasará en América Latina, explicó el Che. Las fronteras son conceptos artificiales impuestos por el imperialismo para separar a los pueblos. Los pueblos que reconocen fronteras están condenados al aislamiento y su liberación será más lenta y dolorosa. El concepto de frontera será roto por la acción. Cuando nuestra guerrilla se desarrolle los gobiernos vecinos enviarán primero armas, asesores, aprovisionamientos. Tratarán de acercarnos. Luego su lucha será coordinada. Los ejércitos se unirán en acción antiguerrillera. Cuando sean incapaces de vencernos intervendrán los marines, y el imperialismo desencadenará todo su poder mortífero. Entonces nuestra lucha será idéntica a la que libra el pueblo vietnamita. Los revolucionarios comprenderán, si es que todavía no sienten esa necesidad, que es preciso unirse para enfrentar coordinadamente y como una sola fuerza, a los opresores.
Muchas de las frases previstas por el Che se cumplieron. Indudablemente las restantes también se habrían puesto en práctica, ya que el imperialismo, en esa época, había concentrado sus estudios de inteligencia y análisis en los escritos de nuestro Comandante y, con mucha agudeza, había captado la dirección de su estrategia. El Che también estaba consciente de este problema, como lo veremos más adelante.
Por desgracia, las fuerzas “progresistas” o las que se autodenominan “vanguardia” eran extremadamente miopes o cobardes. Por eso eludían, distorsionaban o no entendían el sentido de la lucha.
Durante el desarrollo de la guerra los norteamericanos enviaron a Bolivia gran cantidad de armamentos modernos, de inmenso poder mortífero, que ya había sido experimentado en Vietnam, y “asesores” con larga experiencia en contraguerrillas. Estos últimos estaban encargados de convertir a los soldados en autómatas, con una mentalidad sádica, en seres inhumanos e inescrupulosos, como lo demostraron más tarde.
Por otra parte, la CIA instaló su cuartel general en el Palacio Quemado (casa presidencial boliviana), en forma grosera, mostrando a Barrientos como lo que era: una simple figura decorativa; luego ordenó a los gobiernos limítrofes que cerraran sus fronteras a los revolucionarios e impidieron cualquier colaboración. (René Barrientos Ortuño: Presidente de facto de Bolivia. Período comprendido entre el 5 de noviembre de 1964 al 26 de mayo 1965. Segundo período de facto: 26 de mayo de 1965 al 2 de enero de 1966. Tercer período: 6 de agosto de 1966 al 27 de abril de 1969).
Las huellas digitales del imperialismo aparecían grotescas cuando, después de cada batalla, capturábamos fusiles SIG (una variación del FAL belga), granadas norteamericanas con inscripciones de la OTAN o latas de alimentos enviadas como ―fraternal‖ contribución por los ejércitos de Argentina, Brasil, Paraguay o Perú, transportadas impunemente por territorios de esos países.
La deserción del PCB
El Che era hombre de una sola palabra y con un sentido de lealtad extraordinariamente desarrollado. Si se examina su Diario en la fecha correspondiente al 27 de noviembre de 1966, aparecen dos problemas que a simple vista no tienen mayor importancia, pero que con el transcurso de los días cobrarían gran relieve. Dice: “Ricardo trajo una noticia incómoda: el Chino está en Bolivia y quiere mandar veinte hombres y verme. Esto trae inconvenientes porque internacionalizaremos la lucha antes de contar con Estanislao”. Luego anota: “En conversación preliminar con Inti, éste opina que Estanislao no se alzará, pero parece decidido a cortar amarras”. (“El Chino”, peruano; su nombre es Juan Pablo Chang Navarro, dirigente del ELN del Perú. Se entrevistó con el Che en diciembre de 1966. Retornó con Eustaquio y Negro, en marzo de 1967. El desarrollo de los acontecimientos lo obligó a quedarse incorporado en la guerrilla. Aparentemente sobrevivió al combate de Quebrada del Yuro. Aseguran que fue capturado vivo –estaba casi ciego– llevado a La Higuera y asesinado al igual que Simeón Cuba y el Che).
Estos breves apuntes del Che, consignados sólo para su uso personal, tienen antecedentes más sólidos de los que pude conocer y apreciar porque me dieron una amplia información y luego porque fui testigo de muchos acontecimientos.
Ramón tenía esperanzas de que el Partido Comunista [boliviano] cumpliera fielmente su compromiso.
“Los Partidos Comunistas latinoamericanos –nos explicó al día siguiente de nuestra llegada– tienen una estructura institucional inadecuada para las condiciones de la lucha actual. Tal como están constituidos son incapaces de tomar el poder y derrotar al imperialismo. Incluso, muchos de sus dirigentes, como Jesús Farías, Vittorio Codovilla, etc., se han anquilosado, son arcaicos”.
Luego de hacer este análisis hizo resaltar su fe de que en alguna parte de este continente algunos de estos partidos podrían asumir una conducta revolucionaria. El Che pensaba que ese papel lo podría jugar el PCB. “Me da esa impresión –afirmó– porque el Partido es nuevo, sus dirigentes son jóvenes y, especialmente por el inmenso peso moral de los compromisos que han adquirido, desde hace bastante tiempo, con la revolución continental”.
Este planteamiento refleja la pureza moral del Che, su acendrada lealtad y firmeza para respetar los compromisos.
Pero el partido y sus dirigentes, especialmente Monje, cuyo nombre clandestino era Estanislao, no tenía esa escala depurada de valores morales. Acostumbrados a pactar con partidos corrompidos, dirigentes traidores y oportunistas, con políticos venales que comerciaban sus principios, habían adquirido esas mismas taras. Por eso le dije a Ramón que estaba seguro de que el Partido no se alzaría y mucho menos lo haría Monje, a quien ya consideraba un cobarde.
Este juicio no era arbitrario. Monje había recibido entrenamiento militar junto con otros compañeros que más tarde murieron con el Che. En esa oportunidad, por propia iniciativa, propuso un “pacto de sangre” que los ataba. Defendiendo la lucha armada hasta la muerte.
Esta conducta había impresionado a muchos. Pero tal imagen se borraría pronto. Monje estaba informado de la preparación del foco, y nueve meses antes del primer combate, en julio de 1966, ya estaba en contacto directo en La Paz con Ricardo y Pombo. En esa época se había comprometido a designar a veinte hombres del PCB para que se incorporaran a la lucha armada. Un mes más tarde, cuando los compañeros le preguntaron por esos veinte guerrilleros en potencia, contestó: “¿Qué veinte hombres?”.
Días después Monje amenazó con retirar a los cuatro compañeros bolivianos que trabajaban con los compañeros cubanos en la preparación del foco desde hacía meses. Tal conducta era no sólo la de un hombre vacilante, sino también la de un político extorsionador que quiere sacar el mejor provecho posible a situaciones conflictivas creadas por él mismo.
El 28 de septiembre, en una reunión que tuvo con Ricardo y Pombo en La Paz, sugirió que se asignaran tareas a diversos núcleos del partido para garantizar una “mejor organización” de la lucha.
En esa oportunidad fue desleal incluso con su organización, porque planteó “despistar al Secretariado del PCB” ya que hablan mucho. Incluso que en el Congreso del Partido Comunista de Uruguay, Kolle había dado cuenta de los planes que existían sobre Bolivia, y Arismendi exigía que todos los Secretarios Generales del PC conocieran el problema. Según Monje, el Secretario General del PC uruguayo había amenazado con informar personalmente si los bolivianos no se decidían a hacerlo.
A principios de octubre Monje se reunió nuevamente con los compañeros anunciando que el CC (comité central) del PCB “había dado un paso positivo al aceptar unánimemente la línea de la lucha armada como la vía correcta para llegar al poder”. Agregó despectivamente: “Muchos apoyan la lucha armada sólo verbalmente porque son físicamente incapaces de participar en ella”.
Pero días más tarde volvió a crear problemas exigiendo dinero para financiar los sueldos de los funcionarios del Partido, a lo que los compañeros accedieron.
En esas condiciones llegamos al monte. Mi desconfianza en la dirección del PCB se había ahondado por otra serie de conversaciones que había sostenido con él.
Sin vacilaciones saltaba de un extremo al otro.
Sus dudas políticas las justificaba con el amor a la familia. Querer a la familia es un acto natural de un guerrillero, porque la lucha, si bien es cierto es dura, está motivada por un profundo sentimiento de amor. Por eso le dije en alguna oportunidad:
“Creo que amo a mi familia tanto o más que tú. Pero mi mundo no es sólo mi familia, es todo el pueblo. Porque yo no quiero que mis hijos vivan en una sociedad canibalesca, donde el más fuerte devora al más débil y el más débil es siempre el hijo del pueblo. Debemos mejorar esta sociedad, y ella no se mejora si tenemos actitudes escapistas o cobardes. Es necesario combatir”.
que en la primera conversación que tuve con el Che le manifesté con franqueza mi desconfianza en la acción del Partido y en la conducta de Monje. Incluso le propuse que, dado el cargo que aún ocupaba en el Comité Regional de La Paz, podía reclutar a la mejor gente para ingresarla a nuestro núcleo guerrillero.
El Che me respondió que esta actitud era equivocada pues con el Partido las relaciones debían desarrollarse en un plano de mutua lealtad. En la misma oportunidad recalcó con firmeza: ―Estoy siempre dispuesto a entregar toda mi experiencia guerrillera al PCB e incluso darles la dirección política de la guerra‖.
Por eso en el Diario aparece como una frase en clave la referencia al Chino y a Estanislao, aunque como dos cuestiones separadas. Pero es evidente que tienen relación.
El Che no quería que se incorporaran combatientes de otros países sin definir la situación con Estanislao, a pesar de que la conducta de este no había sido honesta. De todas maneras, Monje conocía con anterioridad cuál iba a ser el alcance de la guerra y estaba de acuerdo. Pero el Che quería reiterárselo personalmente.
Así llegamos a la víspera del año nuevo. El 31 de diciembre llegaron a la casa de Calamina: Monje, Coco, Tania y Ricardo, que desde ese día se quedaría definitivamente con nosotros. (“Tania la Guerrillera”, Haydée Tamara Bunke Bider. Nació en Argentina en 1937; hija de padres alemanes. En 1961 viajó a Cuba como traductora. Fue a Bolivia como combatiente clandestina con la misión de infiltrarse en las altas esferas del gobierno, en lo cual avanzó notablemente hasta que tiene que permanecer en la guerrilla, luego de haber contactado a el francés Regis Debray y Ciro Bustos y ser detectaba por el enemigo. Incorporada a la retaguardia, cayó en la emboscada de Vado del Yeso, el 31 de agosto de 1967).
Con el Che nos trasladamos al primer campamento. Monje estaba muy nervioso. En el trayecto de la ciudad a la finca, Coco le había dicho que Ramón estaba dispuesto a darle la dirección política guerrillera del Partido, pero que no le entregaría la dirección militar, lo que Coco consideraba justo. Luego presionó a Monje para que se decidiera a incorporarse pronto a nuestro núcleo.
Monje nos dio la mano muy fríamente. Mientras el Che saludaba a los otros compañeros, Monje me preguntó:
– ¿Y cómo está aquí la cosa?
Le repliqué:
– Está muy bien, ya lo verás. Además, llegas oportunamente porque la guerra hay que empezarla pronto. Decídete a luchar con nosotros.
Monje contestó:
– Ya lo veremos, ya lo veremos…
Che y Monje partieron solos y conversaron unas horas. Tarde regresamos al campamento base.
Cuando llegó vio a una nueva gente, la saludó y empezó a conversar con todos. Luego examinó la disposición del campamento y entonces hizo el siguiente comentario:
– Este es un verdadero campamento. Cómo se nota que aquí hay dirección efectiva, que sabe lo que quiere, que tiene experiencia.
Luego alabó la defensa que el Che había planificado y la división de nuestra columna en vanguardia, centro y retaguardia.
Dijo otra frase que recuerdo bastante bien: –Todo esto demuestra una preparación combativa eficaz.
Al poco rato Monje me pidió conversar con los compañeros bolivianos. Inmediatamente consulté con el Che, contestó afirmativamente.
Se inició entonces una reunión dramática, tensa a veces, persuasiva en otros momentos, dura en otros pasajes.
Monje relató a rasgos generales su conversación con Ramón, y luego centró el problema en tres puntos fundamentales, que son los que aparecen en el Diario:
1. Renunciaré a la Dirección del Partido porque creo que el Partido como tal no entrará en la lucha, pero por lo menos trataré de lograr su neutralidad. También trataré de sacar de la organización algunos cuadros para la lucha.
2. Le exigí al Che que la dirección político-militar de la lucha debía corresponderme en forma exclusiva a mí por lo menos mientras ésta se desarrolle en Bolivia. Cuando se continentalice podemos hacer una reunión con todos los grupos guerrilleros y en esa oportunidad yo haré entrega del mando al Che, delante de todos.
3. Le propuse al Che manejar las relaciones con otros partidos comunistas latinoamericanos y tratar de convencerlos para que apoyen a los movimientos de liberación.
Enseguida explicó con más detalles estas cuestiones y agregó con firmeza:
– No hemos llegado a ningún acuerdo.
Las palabras de Monje no nos sorprendieron, pero causaron un impacto doloroso, sobre todo en compañeros que aún tenían esperanzas en él y el Partido.
Surgieron preguntas exigiendo mayores antecedentes.
Monje desarrolló de la siguiente manera sus planteamientos:
– Esta guerrilla debe dirigirla el Partido. Por eso como Primer Secretario debo tener la dirección total en lo militar y en lo político. Yo no puedo quedarme en un lugar secundario porque donde quiera que esté represento al Partido. El mando militar es una cuestión de principios para nosotros, tan de principios que el Che no me lo quiere entregar. Por eso nuestro desacuerdo es absoluto aun cuando en otros aspectos coincidamos o él acceda a nuestras peticiones.
Sentenciosamente agregó:
– Cuando el pueblo sepa que esta guerrilla está dirigida por un extranjero le volverá la espalda, le negará su apoyo. Estoy seguro que fracasará porque no la dirige un boliviano, sino un extranjero. Ustedes morirán muy heroicamente por su calidad de revolucionarios continentales.
Pero su desvergüenza llegó a extremos cuando nos propuso desertar.
– Ustedes, dijo, tienen libertad y garantías para abandonar la lucha. Váyanse ahora conmigo. Nosotros sólo tenemos un compromiso: aportar cuatro compañeros para trabajar con el Che en cualquier parte. El resto debe partir. El que quiera quedarse puede hacerlo. El Partido no tomará ninguna medida represiva. Pero como Primer Secretario les aconsejo que se vayan conmigo.
El solo hecho de que nos pidieran abandonar al Che en el monte era una actitud traidora. Tal vez pensó que alguno iba a aceptar su miserable proposición.
Todos le replicamos con firmeza que no nos íbamos, que él se quedara, que era un falso orgullo revolucionario negarse a estar bajo las órdenes de otro, sobre todo cuando ese ―otro‖ era nada menos que el Che, el revolucionario más completo y más querido, el hombre junto al cual querrían luchar miles de latinoamericanos.
Algunos compañeros, el Ñato Méndez entre ellos, le rogaron que se quedara. El Ñato, que quería mucho al Partido, pero que amaba más profundamente la Revolución, le dijo con palabras que denotaban emoción:
– Quédate, Mario. Tu permanencia con nosotros significa levantar el prestigio del PCB y de todos los partidos comunistas latinoamericanos que han perdido toda autoridad por falta de acción, por su conciliación con el enemigo. Salva el prestigio de los comunistas y quédate.
Luego intervino Carlos, tres o cuatro veces insistiendo:
– Mario, no te vayas. Tú no debes asumir una posición tan claudicante. Es increíble que el Partido se comporte en forma tan vacilante. Nosotros estamos seguros de que triunfaremos. Jamás hemos pensado en un fracaso. Estamos seguros de la victoria. Sin el partido nos costará un poco más, pero tenemos al Che. En él tenemos confianza y sabemos que nos llevará a la victoria. Nuestra revolución triunfará porque el pueblo comprenderá tarde o temprano que nuestro jefe no es un ―extranjero‖ como tú dices, sino un revolucionario, el mejor de todos, y la tarea tuya y la del Partido es, precisamente, esclarecer en el pueblo que el Che es un revolucionario continental y no un extraño.
Otros compañeros le dijimos a Monje que el internacionalismo proletario no debe aprisionarse en un marco tan estrecho. La presencia del Che entre nosotros, le recalcamos, es una verdadera muestra de internacionalismo proletario.
Más adelante nos aseguró que renunciaría a la Dirección del Partido, porque ya nada tenía que hacer dentro de la organización.
– Para mí, afirmó, es evidente que el único camino es la lucha armada, pero no ésta, sino una forma de sublevación general. Como este planteamiento no es posible hacerlo dentro del Partido, mi cargo no tiene mayor validez. Quedaré como un pobre diablo. Por eso es mejor que me vaya.
Le preguntamos:
– ¿Qué vas a hacer? ¿Te dedicarás a tu profesión de maestro o a otra actividad?
Respondió:
– Posiblemente me tengan a su lado como un combatiente más. Yo no tengo otra salida que la revolución.
Más tarde, conversando con otros compañeros bolivianos, les manifestó que él no quería convertirse en un traidor al Partido (sin embargo, ya había traicionado a la revolución). Como broche de oro colocó a la conversación el siguiente final:
– Yo no estoy para convertirme en un Van Troi.
Con ello quería significar que Van Troi, el héroe vietnamita asesinado por los norteamericanos, joven que es ejemplo para todos los revolucionarios del mundo, se había convertido en un ―mártir inútil‖.
Basta esa frase para sentir por Monje un profundo desprecio. Pero el tiempo lo mostraría enfangando aún más su conducta y la de su Partido. La reunión fue penosa en sí, no tanto por el impacto emocional que había provocado entre los compañeros bolivianos, sino más bien por su actitud y sus conceptos que lo retrataron como cobarde, traidor y chauvinista.
Esa noche se hizo un brindis.
Yo no estuve, porque en esa hora, cuando en la ciudad estaba anunciando con cohetes y campanas al vuelo el advenimiento del año 1967, me tocaba hacer posta. Los compañeros me contaban que Monje, alzando su copa afirmó que allí, en Ñancahuazú, se iniciaba una nueva gesta libertaria y deseó éxito a nuestra guerrilla.
El Che respondió que efectivamente se iniciaba una nueva gesta libertaria y que este grito de independencia era similar al que había iniciado Pedro Domingo Murillo (patriota del Alto Perú, considerado precursor de la independencia de Bolivia, que muere en la horca en 1810). Tal vez muchos, dijo Ramón, no lleguen a ver el triunfo final. Pero para triunfar hay que dar la primera batalla. Y ese momento ha llegado. Agregó:
– Este es un grupo decidido a combatir, no como soldados suicidas, sino como hombres que saben que obtendrán la victoria. Pero aun suponiendo que en esta etapa no se logre el triunfo definitivo, estamos seguros de que este grito de rebeldía llegará al pueblo.
A la mañana siguiente Monje se despidió abruptamente.
El Che lo invitó a quedarse hasta la tarde, hora en que regresaba el jeep a la ciudad.
– ¿Qué vas hacer solo en el primer campamento? —le preguntó.
– Prefiero estar solo allá —respondió Monje.
Era evidente que estaba nervioso y no se atrevía a quedarse con nosotros porque se sentía incómodo.
En la tarde el Che nos reunió a todos y nos explicó la actitud de Monje, sus exigencias, y la forma en que había forzado la ruptura.
Dirigiéndose a los combatientes bolivianos anunció:
– Especialmente para ustedes vendrán días difíciles, momentos de angustia moral, conflictos emocionales. Puede ser que en algún momento de la lucha recuerden este episodio, la falta de apoyo del Partido y piensen que a lo mejor el PC tiene razón. Mediten mucho. Todavía es tiempo. Más tarde será imposible. A los que tengan problemas trataremos de solucionárselos mediante la discusión colectiva o a través de los comisarios.
En esa misma oportunidad nos comunicó que contactaría con todas las fuerzas que quisieran incorporarse a la Revolución.
Le informé ampliamente a Ramón la conversación que Monje había tenido con nosotros y las objeciones que hacía.
– Son las mismas que me hizo a mí –contestó.
Luego me dio a conocer otros detalles que no aparecen consignados en su Diario:
Monje: Mientras la guerrilla se desarrolle en Bolivia exijo la dirección total. Si la lucha se efectuara en Argentina estoy dispuesto a ir contigo aunque no más fuera para cargarte la mochila. Pero mientras estemos aquí en Bolivia el mando absoluto lo debo tener yo.
Che: Este es un criterio estrecho y absurdo respecto al internacionalismo proletario. El tipo de lucha que estamos planteando sobrepasa los marcos nacionales. Aun cuando estuviera dentro de ese esquema ¿crees tú que es una posición marxista exigir el mando como un derecho de nacionalidad? Tú estás equivocado. Eso no es internacionalismo proletario. Te voy a poner el siguiente ejemplo: si Fidel fuera a Argentina a iniciar la guerra, yo me pondría de nuevo incondicionalmente a las órdenes de Fidel, por la posición histórica que él tiene, y porque tú bien sabes que lo considero mi maestro. Por ese mismo cariño y respeto que yo le tengo a Fidel aceptaría gustoso su mando. ¿O crees que sería cuestión de nacionalidad? Esa misma relación existe entre tú y yo. Las circunstancias históricas me han situado en determinado lugar. Tengo una experiencia militar que tú no tienes. Tú no has participado en ninguna acción. Ahora te pregunto: ¿tendrías la misma posición si en este momento no estuviera yo contigo aquí en Ñancahuazú sino Malinovski? (Comandante militar soviético, Ministro de Defensa entre 1957 y 1967 y Mariscal de la Unión Soviética. Jugó un papel central en la Segunda Guerra Mundial, incluida la gran derrota de la Alemania nazi durante la Batalla de Stalingrado; durante la época de posguerra realizó una gran contribución al fortalecimiento de la Unión Soviética como superpotencia militar).
Monje: Ni aun cuando viniera Lenin. Mi conducta sería la misma.
Irónicamente el Che replicó:
– Si estuviera Malinovski aquí estarías hablando en otros términos.
En otro momento de la conversación, Ramón le dijo con firmeza:
– Yo ya estoy aquí, y de aquí sólo me sacan muerto; este es nuestro territorio.
Cada vez que se determinaban los argumentos, Monje volvía al círculo vicioso del mando total y a la categoría de “extranjero” de Ramón y enredando sus propias contradicciones e inseguridades que se aprecian claramente en sus diálogos. Más adelante la conversación continuó así:
Che: Bien, el problema es de mando efectivo. Imagínate que tú seas el jefe de la guerrilla. ¿Pero qué pasará cuando se sepa que aquí están el Che Guevara y Mario Monje? Nadie va a creer que Mario Monje está dirigiendo la guerrilla y que el Che Guevara está a las órdenes de Monje. Independientemente de que eso fuera así, todo el mundo sabe que yo tengo más capacidad que tú para dirigir esta columna. La falsa modestia no nos conduce a nada. Tú puedes aparecer como jefe, firmar todos los comunicados en nombre de nosotros, pero la dirección real y efectiva la tengo yo.
Monje: La dirección tiene que ser real y desde el principio debe estar en mis manos. Por mi falta de experiencia te pediré consejo y asesoramiento hasta que yo adquiera capacidad de dirección y pueda hacerme cargo solo de la guerrilla. Tú puedes ser mi asesor más importante.
Che: Aquí no soy asesor de nadie. No soy partidario de eludir las responsabilidades, y un asesoramiento significa eso: eludir responsabilidades. Nunca me consideré asesor.
Monje: Pero es ridículo que yo aparente ser jefe. Tú sabes que la CIA puede infiltrar esta guerrilla y el agente de la CIA se dará cuenta inmediatamente de que yo no soy jefe efectivo. Esa noticia saldrá fuera y todo el mundo pensará que soy un ―monigote‖.
Che: Si de eso se trata estoy dispuesto a levantarme todas las mañanas, cuadrarme delante de ti en presencia de la tropa y pedirte las instrucciones para dejar satisfecho al agente de la CIA.
A pesar de la actitud a veces agresiva de Monje, el Che mantuvo siempre gran serenidad. Cuando Monje le planteó que renunciaría al Partido, Che le contestó que ese sería un problema personal, pero lo consideraba un error porque protegía el nombre de quienes debían ser condenados históricamente por su posición claudicante. También aceptó que Monje solicitara ayuda a otros partidos comunistas latinoamericanos para la lucha guerrillera, aunque le advirtió que era una gestión inútil, condenada al fracaso, le dijo:
– Pedirles a esos partidos que colaboren con la lucha armada es exigirles que renuncien a su razón de existir; solicitarle a Codovilla que apoye a Douglas Bravo es igual que exigirle que perdone un alzamiento dentro de su partido.
Otro aspecto conflictivo tratado en esa oportunidad fue la contactación con el grupo de Moisés Guevara (guerrillero boliviano del Grupo del Centro, cayó en la emboscada de Vado del Yeso, el 31 de agosto de 1967). Monje se oponía tenazmente, pero sólo daba razones de tipo sectario sin consistencia. Calificaba a Moisés como un “prochino”. Eso bastaba para estigmatizarlo. Che le planteó a Monje:
– ¿Por qué tienes esa posición tan sectaria? Nuestra guerrilla debe abrirles las puertas a todos los que quieran participar. Tenemos una concepción de la toma del poder revolucionario y si hay gente honesta que coincide con nosotros no debemos rechazarlas. Es absurdo asustarnos, porque el poder para el pueblo lo tome, en determinado momento, un grupo que se llame tal o cual cosa. Del seno de la lucha armada surgirán los nuevos dirigentes y no es justo tener prejuicios al respecto, pues la dirección la asumirán siempre los más consecuentes.
La convivencia diaria, las batallas que se dan juntos, el permanente jugarse la vida, va desarrollando una hermandad de sangre, mejora a los hombres, los convierte en seres más honestos, más puros. Así como hay gente buena y mala dentro de los que tú llamas “prochinos” también hay gente buena y mala dentro del PC.
La lucha hermana a los hombres
El tiempo daría la razón al Che y reivindicaría a Moisés Guevara. En cambio, condenaría como traidores y cobardes a Monje y los otros dirigentes claudicantes.
Moisés Guevara era un hombre honesto. Dirigente minero combativo, querido por sus bases, amaba la revolución. Se incorporó al Partido Comunista Prochino convencido de que Zamora y su dirección sinceramente se incorporarían a la lucha armada, con su contingente proletario numeroso. Pronto se dio cuenta de que Zamora era tan oportunista y falso como otros autodenominados “vanguardistas”. Sin embargo, dentro del Partido peleó por el cumplimiento de las promesas que se le hacían al pueblo: iniciar la lucha armada. En una conferencia partidaria realizada en Huanuni (pueblo minero del sur de Bolivia), precisamente la zona donde Moisés tenía mayor influencia, el PC prochino lo expulsó, acusándolo de estar en “contubernio con la camarilla de Monje” para ingresar a la guerrilla.
Aunque la incorporación de Guevara y otros compañeros de ese grupo se produce mientras nosotros realizábamos la marcha de exploración con el Che, es necesario examinar este problema en el presente capítulo.
La gente que trabajaba con nosotros en la ciudad había contactado a Moisés a mediados de 1966. Él se había comprometido a entrar al monte con veinte hombres. Después del regreso de Monje desde Ñancahuazú, Moisés decide hablar directamente con Guevara, y exigirle que su incorporación debe ser incondicional, incluyendo la disolución de su grupo. Existía un leve temor de que en algún instante pudieran producirse roces entre estos compañeros y los que ya estábamos dentro, por la discrepancia chino-soviéticas.
Moisés llegó a nuestro campamento y conversó con el Che. Con una modestia y sinceridad extraordinarias, planteó: “Yo no vengo aquí a poner condiciones, sino a solicitar mi ingreso como un soldado más. Para mí es un honor combatir al lado del Che, el revolucionario que más admiro”.
La conducta de Moisés fue magnífica. Nunca hubo problemas con él, y ese temor de que afloraran discrepancias políticas se disipó inmediatamente. Se produjo lo que el Che había previsto: la lucha hermana a los hombres, desarrolla los sentimientos solidarios y fortalece la ideología. Murió meses más tarde, combatiendo heroicamente junto al grupo de Joaquín.
Distinto fue el destino de Zamora. El hombre que aparecía como ultrarrevolucionario condenó a los que ingresaban a la guerrilla.
El Che también tenía un juicio sobre Zamora: en La Habana, cuando aún desempeñaba su cargo de Ministro de Industrias, había conversado durante un tiempo con él; Zamora, militante del PC, le contó al Che que volvería a La Paz a dividir el partido y que formaría otro, porque el PCB era incapaz de hacer la revolución.
Ramón le manifestó: ―La división del Partido para formar otro no tiene objeto, es inútil, no contribuye en nada al desarrollo de la lucha armada. Muchas veces esos grupos son los más sectarios o los más obcecados enemigos de la guerrilla o de cualquier otro tipo de lucha que no se ajuste exactamente al pensamiento de Mao. Yo estoy de acuerdo con que un grupo se separe del Partido si evidentemente va a ingresar a la lucha armada. Porque el Partido mantiene una posición claudicante. Pero la división porque sí se llama simplemente politiquería.
Zamora obtuvo el ofrecimiento de valiosa ayuda para desarrollar la lucha armada. Incluso, si empezaba los trabajos se le asignaría, como colaborador importante, a un hombre que más tarde continuaría jugando un gran papel en el trabajo de preparación del foco guerrillero: Ricardo. Che pensaba que las condiciones objetivas y subjetivas más ricas para iniciar la lucha de liberación en el cono Sur del continente estaban en Bolivia. Hacia allí iba a partir a mediados de 1965, luego de finalizar su gira por Asia y África.
Pero a pesar de tener gente de experiencia a su lado, Zamora se preocupó más de dividir al PCB y desatar rencillas de tipo personal, que dedicarse honestamente a la preparación de un trabajo tan importante y delicado. Desaprovechó esta oportunidad histórica, postergó la apertura del foco y esterilizó la acción. Más tarde tuvo la osadía de condenar a los militantes de su fracción, que, convirtiendo en realidad los planteamientos que formulaban, se incorporaron con nosotros a la guerrilla.
La vergonzosa deserción del Partido Comunista nos provocó graves problemas. En la ciudad nos quedamos prácticamente sin organización. El trabajo de Coco, Loyola, Rodolfo y Tania era insuficiente para atender nuestras necesidades, cada vez más crecientes. (Loyola Guzmán Lara, boliviana, miembro del Comité Ejecutivo de la Juventud Comunista Boliviana, hasta febrero de 1967 en que fue separada de su cargo. En enero de ese año se entrevistó con el Che, quien le encomendó el manejo de las finanzas en el aparato urbano; fue detenida en septiembre de 1967 a raíz de unas fotografías halladas en los depósitos del Ñancahuazú y liberada, en 1970, a cambio de los rehenes alemanes capturados en la guerrilla de Teoponte. Volvió a la lucha clandestina del ELN durante la dictadura de Hugo Banzer, y fue detenida nuevamente en 1972, cuando entraba clandestina desde Chile, junto a su esposo desaparecido).
Estábamos en los umbrales de la guerra y era necesario armar una red clandestina que funcionara en La Paz, se ramificara a otras ciudades y pueblos hasta desembocar en nuestro centro militar. Éstas eran las tareas asignadas al PCB. Todavía teníamos que trasladar hasta al monte gran cantidad de provisiones, armas y hombres que se integrarían a nuestra columna. El trabajo de Coco y Rodolfo fue abrumador. Una serie de acontecimientos que ocurren más tarde, aparecen como ―errores tácticos‖. La verdad es que no los hubo. Si tal situación se produjo fue por efecto de la traición de Monje que agravó su cobardía saboteando la labor de los compañeros que no acataron sus órdenes y se integraron lealmente a la lucha guerrillera.
Un ejemplo:
La finca donde está la Casa de Calamina debía protegerse con una buena “fachada legal”. Che era partidario de que allí se llevara a un ingeniero agrónomo para que hiciera producir, ya que era sospechoso que tan extensa propiedad sola estuviera cultivada por cinco hectáreas de maíz. En cada viaje que venían compañeros de la ciudad, Ramón insistía en el ingeniero agrónomo. La finca no era para nosotros una zona de operaciones. Pero los compañeros no pudieron conseguir al agrónomo –problema que tenía que solucionar el Partid– porque se dedicaron a atender las necesidades más urgentes de la guerra.
El Che decía: “La finca se «quema», que no sea por culpa de nosotros. Que la descubra el ejército, pero nosotros no se la entregaremos porque sí”. Por razones explicadas, nunca se pudo dar a esa propiedad una fachada legal.
Por otra parte, cuando Coco regresa a la ciudad, después de dejar a Monje, nos informa de los primeros aprestos del Partido contra la guerrilla. El famoso Estanislao, hombre que en entrenamiento militar había hecho un “pacto de sangre” jurando no abandonar jamás la lucha armada, alertaba al Comité Central diciendo que en Ñancahuazú había un grupo armado que iniciaría la lucha guerrillera, formado por muchos extranjeros y un núcleo de bolivianos.
Algunos miembros del Comité Central decidieron apoyar activamente nuestra lucha, pero entonces Monje, esgrimiendo sus mejores recursos de politiquero corrompido, tocó las fibras sectarias de los dirigentes del PCB y nos acusó de ser “prochinos”, fraccionalistas y enemigos del Partido que “se han aliado con la camarilla de Zamora”. Zamora, por su parte, condenó a los guerrilleros por “fraccionalistas”, revisionistas, enemigos del Partido que “se alían con la camarilla de Monje”.
¡Los enemigos irreconciliables unidos por su odio a la lucha armada de liberación de Bolivia!
Pero la traición no tuvo límites. Monje y el PCB se movilizaron por todo el país alertando a las bases contra el “grupo fraccional”, impidiendo con engaño que algunos militantes honrados se incorporasen al trabajo en la ciudad, e interceptaron a los hombres que regresaban al país con entrenamiento militar y los convencieron de que no ingresasen a la guerrilla. La conducta de los que estaban preparados para luchar y no lo hicieron por presión del Partido no debe calificarse de debilidad ideológica, realmente fue cobardía.